viernes, 26 de diciembre de 2008

DIAS DE NAVIDAD

En la nostalgia del paso del tiempo, me resulta imposible escapar de los recuerdos de las navidades en mi juventud, no pretendiendo de ningún modo hacer una alegoría al dicho de: “tiempos pasados fueron mejores”, pues soy hombre de presente, que gusta de disfrutar a sorbos la realidad del momento, sin descuidar las atenciones que merece el futuro, periodo imprevisible, que administra el destino, pero sería un necio, si no reconociera que mi pasado, es el culpable directo de mi presente, orgulloso de los cimientos que me realizaron como persona, no quiero ni debo en ningún caso ser amnésico, pues he de reconocer que muchas de las costumbres perdidas en tiempos pasados, sí fueron mejores. Refiriéndome a la inmensa mayoría, el consumo de esos días radicaba básicamente en un pavo vivo, o un buen capón, que deambulaba por el patio de casa durante dos o tres días, antes de emborracharlo para minimizar su sacrificio, unas botellas de cointreau, licor cuarenta y tres, calysay, brandy soberano y anís la castellana, una tableta de turrón duro y otra blando, las figuritas, marquesitas o mazapanes eran añadidos que disfrutábamos en caso de regalos, inventario excepcional para compartir, siendo la protagonista de las fiestas la fraternidad. Nuestra casa se llenaba de gente, que pasaban a felicitarnos, igual que nosotros hacíamos con los demás amigos y familiares. Las vísperas de la nochebuena, la dedicábamos a los preparativos, mi tío Antonio nos encargaba las gamonitas de las zambombas y las pieles de conejo, que él mismo curtía, la recolección de mamones de olivo le eran presentadas, escogiendo él cuidadosamente las más adecuadas, de esa forma, todas las nochebuenas estrenábamos unas fantásticas zambombas, cada cual con un sonido diferente, sacándolas a pasear en grupo, con sonajas y panderetas para pedir el aguinaldo. El día antes de nochebuena empezaban a llegar mis hermanas y hermanos con sus retoños (mis queridos sobrinos), que correteaban por toda la casa, igual pasaba en el piso de arriba con mis primos, los besos y abrazos se hacían presente a cada momento, la calle se llenaba de recién llegados, todo el mundo rebosaba felicidad, o al menos, eso es lo que yo sentía. Los regalos que entregábamos a los demás, eran las muestras de cariño recíproco, la presencia de los de fuera y la reunión de todos el día de la noche buena, donde no importaba el como, ni el cuando, solamente la existencia del momento, mantenido y extendido hasta la madrugada, siendo el tío Antonio el continuador de la diversión de los postres, con su escoba de caña arrastrando por la parte trasera contra la puerta del comedor, aumentando los decibelios de una zambomba por diez y provocando las risas de todos, menos la de mi madre en la resignación de tener que pintar la misma cuando hubiera tiempo y ganas para ello. Entre villancicos, turrones, y copitas, que también los alevines probaban, en un pequeñísimo vasito azul, un poquito de kina Santa Catalina, pasaban las horas como si fueran minutos, e incluso en alguna ocasión el clan de los hermanos, salimos de ronda sin sentir en ningún momento, los rigores invernales, con la botella de anís, la bandurria, panderetas y almirez, igual que reza la canción popular. Un enorme Belén, seria testigo de la realidad que representan el amor entre las personas, mil y una vez venerado por pequeños y mayores, en un precioso repertorio de cánticos al Salvador. Para todos vosotros, mis más sinceros deseos de salud, paz y felicidad en estas fechas que no todo el mundo disfruta por igual, sentir mi abrazo amigo y dejar que la magia de la navidad entre en vuestros corazones.

lunes, 1 de diciembre de 2008

GUIA PRACTICA IV (EL RIGOR DEL FRIO)

Días de carámbanos, sabañones y tiritona, aun cuando el invierno del calendario, todavía no ha entrado oficialmente, el gélido ambiente se hace presente, en un preludio de lo que nos espera en los próximos meses. No puedo, por menos, recordar los cubos de zinc que se encontraban reposados en el patio de casa sobre el brocal del pozo, con un tomo de hielo de por lo menos un centímetro, me gustaba hundirlos en esa agua helada, para después, lanzarlos como discos voladores que se desintegraban en mil pedazos cuando impactaban con el suelo, charcos congelados de camino al colegio, bufanda atada a la nuca para evitar que las dichosas anginas despertaran de su letargo, trenca abotonada hasta arriba, con capucha incorporada y guantes de lana, o manoplas, entonces, si que hacia frío. Pero no teníamos alerta naranja, ni tampoco nos bombardeaban desde los medios de comunicación con mensajes del frío que llegaba, eso era normal, no era noticia. Pero, el brasero de picón, no faltaba en ninguna casa, cuando llegábamos temblando, con las orejas coloradas como pimientos, y sabañones en las manos, éramos recompensados con una buena firma badilera, que de ella se decía, nos saldrían cabras en las pantorrillas, pero aquel acto, era tan fulminante como reconfortante, con la bayeta (faldilla, vestidura) hasta los hombros, nos sobraban los minutos para entrar en calor y vuelta a la calle, donde nuestras mejillas hostigadas delataban el poderío rebosante de salud.
Igual pasa en el campo, donde el ser humano, en su afán de supervivencia, no tiene más remedio que adaptarse a las inclemencias meteorológicas. No obstante, todos los deportes campestres, necesitan de mucha actividad, que es lo justo para poner los mecanismos de nuestro cuerpo a buena temperatura, en algunos casos se puede aplicar el dicho de “me sobra hasta la pellica”, incluso con termómetros bajo cero, pero como siempre tenemos que buscar nuestros momentos de descanso, bien para comer un poco, o porque me da la gana, aprovechamos para hacer una lumbrita que nos seque los bajos, e incluso sus brasas hagan cama para asar alguna delicia con sabor a leña. Hoy en día, no se puede hacer lumbre en cualquier sitio, pues nos exponemos a las multas de la benemérita, pero antes, si hacia frío, ardía Troya.
La bendita juventud, fuerte, como un roble, valiente, cual guerrero victorioso, aventurera, tanto o más que Marco Polo, e ignorante, tan ignorante como un burro en la primera fila de la clase, nos llevó a unos coleguitas de excursión a Candelario, para pasar el fin de semana en tienda de campaña. Un legionario, me dijo en una ocasión, viéndome en pleno invierno con mangas cortas – a la juventud, le hierve la sangre-, y pobre de mi, pensé que tan rotunda afirmación me hacia inmune, pero puedo aseguraros, que en mi vida pasé tanto frío, como aquella noche entre la nieve. Una tienda de campaña, que sería por lo menos del ejercito cubano, sin suelo, sin doble techo, sin cremalleras, unos sacos de dormir, descatalogados del ejercito bananero de los años cincuenta, tan destemplados, que se estaba mejor fuera que dentro, no acertamos, desde luego, con el equipo, o quizás no acertamos con el destino, pues el equipo nos hubiera sido de gran utilidad, en una islita del caribe. Tres cosas nos salvaron la vida aquella noche, la primera, el temperante que tomamos a base de vino y chicha en la taberna del Tolo, la hoguera que hicimos delante de las tiendas y el calor humano. Pasaron segundos, minutos y horas, sin duda, de las más largas de mi vida, nuestros cuerpos tiritaban convulsivamente sin remedio, los dientes castañeaban en desconsolada orquesta marfileña, sin poder, si quiera detener ni música , ni baile de San Vito, rezando para que viniera el día cuanto antes. El día, por fin, llegó, la hoguera se avivo y unos huevos con chorizo, desterraron aquel agonizante concierto bailón de nuestros cuerpos, sabido es, que en situaciones limites, actuamos de formas impulsivas y tan impulsivo fue mi amigo, que en un acto de cabreo matutino, estampando la botella de aceite helada contra la pared del molino, firmando y rubricando lo que todos pensábamos, vaya puta noche. Rápidamente buscamos camino a las plataformas con paso marcial, subiendo cada vez más alto, para que nos acariciaran los primeros rayos de sol. “Juventud, divino tesoro”.

lunes, 10 de noviembre de 2008

ADAPTACION AL MEDIO

Quiero contaros las peripecias que en días como estos, inspiraban a los habitantes de la dehesa. Se antojaba necesario el cambio de hábitos, debido al acortamiento de horas solares, preparar la entrada del invierno y hacer mantenimiento de útiles guardados durante toda la época estival. En el campo, siempre se madruga, adaptando la hora a la estación que toca vivir, después de despertar los sentidos, con un buen puñado a dos manos de agua palanganera atemperada con una noche al sereno, reacciona el cuerpo y la mente, devolviéndote al mundo real, alejando a Morfeo hasta mas ver, es entonces, cuando la clara visión nos regala el paisaje matutino de la neblina desprendiendo su manto sobre el río, en la profunda perspectiva del manso espejo, enmarcado por sus orillas peladas, pero al mismo tiempo abrigado por el frondoso Rivero, repleto de olivos, almendros, encinas y toda su fauna comenzando de nuevo. Es el momento en el cual se abren las caninas, de que manera, sentado junto a la gran chimenea, la Señora Maria, nos prepara un rico café de puchero, hecho en la lumbre y colado en manga, abrasador pero muy reconfortante, acompañado con leche, pan migado y dos cucharadas repletas de azúcar, nos atiza el gran tronco de encina, en un ademán propio de mujer entregada al agrado, se sienta en una banqueta junto a la estrébede, y comienza a repartir tareas, sin adjudicar ninguna de ellas a nadie en particular, queda dicho y automáticamente nos ponemos manos a la obra. Una escopeta de dos caños paralelos es desenfundada sobre una mesa, sentado sobre un madero, de forma pausada, comienza la limpieza de la herramienta, siguiendo un rito ancestral, para terminar poniendo una peseta en la salida del percutor, que será lanzada a las alturas cuando apriete el gatillo, en una comprobación final de que todo funciona perfectamente, mientras, otras dos manos expertas, rellenan cartuchos con un artilugio parecido a un torno, se enfundan en las cananas y todo esta listo para la practica del noble deporte de la caza, la imagen guardada en la retina, es de dos cazadores con la escopeta abierta sobre el hombro, agarrada por los caños, con la otra mano reposada al cinto, con los podencos por delante, alejándose en buscan su trofeo, dirección a “La Gigala”. La leñera, nos espera, varios remolques vaciados al rebujón en anteriores , necesitan de la disciplina del zafarrancho, limpieza y orden se hacen necesarios en cada rincón, casi toda la mañana colocando en perfecto orden troncones, leños, ramas e incluso astillas, que posteriormente servirían para encender la chimenea. De vuelta, llegan los cazadores con la cuelga de dos conejos y tres perdices, depositada la caza en una mesa, dibujando un perfecto bodegón de Chardin , se desnudan de cananas y zurrón, nos reunimos junto a la tinaja del agua y por la misma taza de porcelana que reposa en la tapadera de madera, damos entre todos buena cuenta del liquido saciador de nuestras gargantas, los conejos, empiolados, quedaran colgados de un clavo junto a la puerta, dando tiempo a enfriar la carne para posteriormente quitarles la pellica y enviar a los fogones de nuestra cocinera, las perdices, se pelan con sumo cuidado, para no sacar su piel a zurrón, una vez limpias y tostadas para quitar los cañamones de las plumas mas pequeñas, se reunirían en la tinaja de manteca con otras compañeras, despensa natural de aquellos tiempos, los perros reciben su premio, ellos esperan como de costumbre detrás del postigo con impaciencia, unos mendrugos de pan duro, atrapados en el aire, resuenan en sus mandíbulas, roídos con voracidad, en un gesto de goloseo, mas que de hambre. Llegada la hora de comer, sentados alrededor de la mesa, nos enfrentamos a un plato contundente, digno de hombres trabajados, estofado de conejo con patatas, hace las delicias de homínido y can, unos con la carne hasta rechupetear los huesos y los otros triturando y babeando los despojos, quedando igual de contentos unos y otros. Ya no es tiempo de siesta, con la barriga llena, dedicamos la tarde a recorrer la solana en pausado paseo, recogiendo los primeros espárragos que en esta zona comienzan a despuntar, no son muchos, pero suficientes para confeccionar la tortilla, que al atardecer, servirá de merienda-cena, antes de nuestro regreso a la ciudad, en la pronta oscuridad de la noche.

sábado, 1 de noviembre de 2008

EL DIA DE LAS CASTAÑAS

Son casi infinitas, las sensaciones que experimentamos cuando realizamos nuestras salidas campestres, emociones cargadas de recuerdos, por las distintas situaciones vividas, la algarabía y el jolgorio de las salidas en grupo, el reencuentro con uno mismo, en las que hacemos en soledad, la complicidad, cuando es en pareja, en fin, mil formas de vivir el disfrute del campo. En el caso de tener que añadir al calendario “el día del campo”, este, seria por antonomasia el uno de noviembre, llamado en toda nuestra región, “el día de las castañas”. Realmente es esta, una tradición que no se de cuando data, pero que yo he practicado desde que me conozco. Es costumbre, salir de campo aprovechando los primeros rebrotes de hierba fresca, marcando sus primeras pinceladas de color verde, para de este modo hacer de la naturaleza, una alegoría a nuestra necesidad de fraternizar eternamente con ella, si bien, es cierto, que no todos cumplen los preceptos de comportamiento respetuoso en el maridaje del medio ambiente. Zonas frecuentadas por familias, grupos de amigos, etc., ofrecen al día siguiente un espectáculo dantesco, repletas de suciedad, basura abandonada en un atentado contra el ecosistema natural y una falta de civismo para el resto de sus congéneres, sufridores ineluctables de los comportamientos insolidarios de estos individuos. Pero gracias a Dios, no todo el mundo se comporta de igual manera, quiero pensar que una inmensa mayoría, disfruta de una forma sana del entorno que nos rodea. Recuerdo mi infancia, con pandillas de chavales reunidos en la Montaña o la Sierrilla, cumpliendo con el ritual del carbote (lata perforada con asa de alambre, donde se depositaban las brasas para asar las castañas), haciendo girar frenéticamente en un mismo sentido, igual que una hélice, para acelerar el proceso de calor. Mochilas al hombro, con nuestros bocadillos y un par de latas de refresco, exactamente igual que hacen hoy mis hijos. En la juventud, ya cambiamos los bocatas por asados en la lumbre, pancetita, choricitos y alguna cervecilla. Cuando tienes los niños pequeños, es inevitable la reunión familiar, donde aprovechar un día de campo y fraternidad al mismo tiempo, soportando el tempranero al perezoso que llega justo a la hora de comer, cada cual lleva lo que le parece, abundantes tortillas, deliciosos empanados, buenísimas ensaladillas… y así podría continuar hasta la saciedad, la mesa se convierte en un banquete, demostración que la experiencia es un grado. Cuando vamos siendo mayores, es inevitable buscar la comodidad de un techo, de alguna casita de campo de amigos o familiares, sin mirar el infortunio de la climatología. Pero lo que si está claro, es que la omnipresente castaña, será la reina de esta época, donde cada cual, se lo monta como puede.

viernes, 17 de octubre de 2008

DESCUBRIR UN CAMPO DE GOLF

El otro día, por circunstancias de mi trabajo, me desplacé a un campo de golf. Había visitado en alguna otra ocasión, las instalaciones que están a la entrada, pero esta vez, debía trasladarme justamente a su corazón. Una vez realizados los preliminares que mi oficio demanda, fui acompañado a la entrada del recorrido, es una zona abierta, con unas preciosas vistas, a mi espalda quedaban las edificaciones, donde se encuentra el club social, la tienda, la sala de palos…etc., sin saber hacia donde íbamos, me invitaron a subir a un vehiculo eléctrico, desde el, pude contemplar grandes árboles, vaguadas, cerros, charcas, subidas y bajadas, caminos, veredas, puentes, bancales de arena, praderas de distintos tonos de verde, en fin, es como si concentráramos distintos paisajes en un trozo de terreno. La sensación, que percibía, era como si le hubieran pasado la aspiradora y el plumero al campo, todo muy ordenado, para mi gusto, excesivamente ordenado, si bien, es cierto, que mis sentidos descubrían sensaciones muy agradables; los colores, dibujados como un lienzo, perfilados en todas las formas expuestas en una representación impoluta, un agradable aroma a hierva recién cortada, con fragancias de leña y armoniosos bálsamos de orillas acuáticas, digno del mejor perfume, cantos de pajarillos envueltos en chorreras corrientes, con un leve murmullo de las hojas de choperas movidas por la brisa, una vez bajado del pequeño car, no pude, por menos, que pasar mi mano acariciando una zona llamada green, es igual que tocar una alfombra de pelo tupido, pero al mismo tiempo muy suave y acolchada. La persona que me acompañó a lo largo del recorrido, era sumamente locuaz, de agradable conversación, de una agudeza inusitada en el conocimiento de las personas. Ávidamente, descubrió mi afición por la naturaleza, igualmente se percató de mi ignorancia en este tipo de deporte, pero de una forma sencilla, amena y natural, me hizo un pequeño resumen de los objetivos que persigue esta afición. Yo siempre he pensado que el único fin se trataba en introducir una bola en el hoyo, siendo varios (según la categoría del campo), los que se debían acometer, pero aun siendo así, realmente lo que busca este deporte, es el contacto directo con la naturaleza, realizar ejercicio físico sin estridencias, con lo cual, permite realizar esta actividad a cualquier persona desde muy joven, hasta una edad avanzada. La utilización del campo, no es caro; si es cierto, que el equipo para su práctica, como la asociación a un club, necesita de un desembolso importante, pero cualquiera que quiera probar, puede alquilar todos los accesorios y dar una vuelta por su recinto. Cuando llegamos al punto de partida, reconozco que aprendí algo más sobre este deporte, descubrí, que la persona que me había acompañado era el director del Club, que amablemente me preguntó por mis aficiones, sabidas de todos vosotros, tuve a bien resumirle, mientras el con un semblante iluminado, me preguntaba si algún día podía pasar como cliente del campo para probar, mi respuesta fue muy educada, pero también muy clara, -con todos mis respetos y visto que el fin es hacer ejercicio en plena naturaleza, hoy por hoy, no estoy dispuesto a pagar por ello-. Le di la dirección de mi blog (a modo de tarjeta de visita) e incluso lo he invitado a practicar nuestros “Deportes de Campo”, cuando el lo desee. Eso si, totalmente gratis, cosa que es de agradecer, en estos tiempos de crisis.

martes, 7 de octubre de 2008

RODANDO, RODANDO

Ahora que termina el buen tiempo, en la nostalgia de lo acontecido, se me viene a la memoria las vivencias de la fantástica cámara de tractor que llegó a la dehesa. Como recordareis y dando continuidad a la entrada referente a “La Ligera”, deseo contaros los pormenores de este colosal juguete, que hizo las delicias de toda la chiquillería, aquel verano de mi niñez. Como ya he narrado en alguna ocasión, teníamos prohibido el aburrimiento, la imaginación y los elementos que nos rodeaban, eran suficientes para el entretenimiento y la actividad, lúdica en unos casos, o impuesta en otros, bastaban para ocupar todas las horas de aquel lugar. Pero aquel día, nuestros mayores, se presentaron con un artilugio desconocido para nosotros, una enorme goma negra, que apenas cabía en la parte trasera del Cuatro-Cuatro (modelo de utilitario de la época). Reunidos alrededor del mencionado chisme, una vez extendido, conectaron a su válvula una bomba de inflar bicicletas de las antiguas, ya sabéis, de esas que se desplegaban dos alambres que se pisaban para darle inmovilidad, un tubo por donde se extendía el pistón que se agarraba a dos manos con un mango de madera perpendicular a dicho tubo que a su vez conectaba un macarrón hueco por donde pasaba el aire, era inevitable mancharte de la grasa, que rebosaba en la parte superior del embolo. Todos, a turnos, inflamos e inflamos, aquella mole, la cual después de un buen rato, quedo inmensa, tersa, de un negro mate, preciosa en su forma, pero que realmente no sabíamos cual seria su utilidad. Incitados y excitados por el cortejo, como, si de una procesión se tratase, enfilamos la carretera abandonada que bajaba al río, rodando aquella fantástica cámara de tractor, que cuando se embalaba, daba vertiginosos botes, guiada con la carrera ligera de los allí presentes, recuerdo que sobrepasaba nuestra altura, e incluso intimidaba correr delante de ella, no dudando en desviarla contra la cuneta, cuando la cosa tomaba un cariz desmesurado en velocidad. Llegamos a la orilla dando impulso a la rueda, que votada como un gran buque, surcó el agua rodando sobre si misma, convirtiendo su negro mate en deslumbrante negro brillante, quedando en ese momento bautizada con las aguas del Tajo, comenzó la diversión de verdad, nos lanzamos al agua para ocupar sitio, con una prisa inusitada, para ocupar el mejor sitio, hasta darnos cuenta que daba igual, pues al ser redonda no tenia asientos preferentes, ahora teníamos que subir, tardamos tiempo en darnos cuenta que necesitábamos trabajar en equipo, ya que cuando uno solo daba el impulso, si no sujetaba otro la cámara, esta daba la vuelta, encontrándote en el interior del donuts por arte de birle-biloque, tal era el esfuerzo, que cuando conseguías subir, un sarpullido rojizo, cubría nuestro cuerpo agotado, perezoso de volver a lanzarnos al agua, por evitar el arduo trabajo de volver a subir. Pero esto fue al principio, con los días depuramos la técnica y nos convertimos en grumetes especializados en neumáticos acuáticos. Conseguimos hacer girar a gran velocidad aquella noria hinchadle, sincronizando nuestros brazos en un remar vertiginoso. Lanzarse desde lo alto, era una hazaña, que rara vez conseguíamos, pero cuando esto se producía, el impulso era tan fuerte como el mejor trampolín de palanca que puedas imaginar. Lo peor, venia después, cansados como perros, con el cuerpo enrojecido hasta las ingles, rodar cuesta arriba el donuts gigante, que en un principio, refrescado con el agua y húmedo, empujábamos de continuo, pero amigo…, cuado el sol caldeaba su caucho, abrasaba, igual que el alquitrán derrite el asfalto, aquella goma despellejaba nuestras huellas dactilares, en una lucha sin cuartel, hasta llegar a la casa. Realmente, no recuerdo cuando termino y por que, la aventura de aquellos balseros. Seguramente pinchada y olvidada, en algún momento, en la vida de esa goma, hubiera soportado el horrible peso de un tractor, después, en su flotabilidad nuestro propio peso, para definitivamente formar parte de las gomas que gastábamos para nuestros tiradores, siendo imposible parchear dicho recorte. Lo que si recuerdo es que nunca faltaban recambios para nuestras orquillas.

jueves, 25 de septiembre de 2008

GUIA PRACTICA III

Entramos de lleno en otoño, estación asimilada al regreso, dejamos el periodo estival con pena, más que nada, por tratarse de una etapa dedicada al descanso y al ocio, nos ahoga la responsabilidad de la rutina y la pérdida paulatina de las horas de luz, los días se acortan irremediablemente, para dar paso a otro clima, la intensidad de los rayos solares se debilitan en la opacidad de nubes que dibujan distintos grises, es hora de cambiar los hábitos. Ahora tenemos la ocasión de campear a cualquier hora, no deben preocuparnos, los chubascos ocasionales que suelen barruntar nuestros cielos estos días, una pequeña mochila será suficiente para contener una prenda impermeable ligera, o incluso un pequeño paraguas para casos de apuro, eso si, unas buenas botas que arropen nuestros pies de barros, con suela antideslizante serán de gran ayuda en casos extremos. Las callejas, caminos y cañadas, adquieren un encanto especial, el duro, reseco y polvoriento caminar es sustituido por fresco y amortiguado paso, los bosques, cambian de color de una semana para otra, huertos y frutales ofrecen ornamentales vistas que no pueden brindar en otra época del año, resulta sumamente agradable, sentir el viento impregnado de tierra mojada en un paraje elevado, observando el desplome de las nubes en la lejanía sobre un campo de colores pajizos abrasados por el sol veraniego, resuenan al fondo los quejidos con voz bronca de la tormenta, mientras insectos, aves y demás fauna, habidos de supervivencia, se apresuran en buscar refugio de lo que se avecina. Una vez contemplado el cuadro, es momento de regresar al calor hogareño, pero si por cualquier razón, os alcanza la tormenta, evitar resguardaros bajo árboles, no transitéis por vaguadas o cañones, donde la abundancia de lluvias en suelos que todavía no son permeables, arrastran grandes cantidades de agua en poco tiempo, no temáis el chaparrón, desconectar móviles o similares y por supuesto, no utilicéis el paraguas si existe aparato eléctrico. Es consejo de esta guía, que disfrutéis de la abundancia de frutos que ofrece el equinoccio otoñal. Pasear entre castaños, recogiendo sus corazones arropados de erizos para hacer las delicias de recetas ancestrales para toda la familia, membrillos y zamboas, debidamente cocinados os harán disfrutar de una deliciosa carne azucarada, digna de los paladares más exigentes, rojas granadas de jugosos granos pueden deleitar a pequeños y mayores, simplemente rociadas con un poco de azúcar, ya no os quiero decir nada de las apreciadas setas de otoño, en este particular, si deseo dejar bien claro el riesgo que tiene para los neófitos en estos menesteres, si bien, cualquiera puede recolectar estos frutos extraños, siguiendo unas pautas estrictas de conocimiento, pero muy sencillas. En primer lugar, es un pretexto perfecto para salir al monte a respirar aire puro, dado que estos pequeños tesoros se encuentran en un ecosistema de suma fragilidad, necesitan de nuestros cuidados, por eso, son útiles imprescindibles, una navaja de buen filo, para cortar la seta dejando sus pies enterrados, de esta forma somos respetuosos sin dañar el micelio. En segundo lugar, una cesta, donde se pueden ir depositando con las laminas hacia abajo, limpiando de tierra y hojarasca previamente, no utilicéis bolsas de plástico, éstas, aceleran la degradación y por último, no cojáis las que ofrezcan dudas, no merece la pena; pero en el caso de estar ya en vuestras manos, separar del resto y entregar a un micólogo para su estudio, son frecuentes las aulas y conferencias que sobre este respecto se ofrecen estos días. En fin, amigos, dejaros bendecir por esta época de contradictorias sensaciones, compartir alegrías y tristezas, dando rienda suelta a los sentimientos que evoque vuestro espíritu en cada momento y por supuesto, no dejéis nunca de practicar nuestros queridos “Deportes de Campo”.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Baños

Simplemente puedo describir la visita que realizamos a la ciudad balnearia, como genial. Un grupo de buenos amigos, un precioso entorno natural, dos días por delante para el descanso y la improvisación, ajenos a cualquier horario y despreocupados de obligaciones, ¿Qué mas se puede pedir?. Llegamos a una preciosa casa en el centro de la localidad, muy próxima a la iglesia de Santa Maria (siglo XVI y XVII) con su curiosa torre de planta asimétrica, donde nos esperaban la anfitriona con los espabilados que disfrutaron una jornada más, asomando como palomitas agitadas las cuatro cabecitas por una pequeña ventana, demostrando la alegría reciproca en el momento del encuentro, subimos una preciosa escalera de madera, soltamos lastre e inmediatamente calzamos nuestras botas de traking para proteger nuestros veteranos pies de la que se avecinaba, estábamos ansiosos por comenzar a practicar nuestro “Deporte de Campo”, nada más salir, pero aún dentro del pueblo, nos encontramos una chorrera que descuelga sus aguas pasiegas bajo nuestros pies, adornando sus márgenes unas frondosas higueras cargadas de frutos, primera oportunidad para una de las muchas instantáneas que disparamos a lo largo de la jornada. Subimos dirección a la abandonada estación de ferrocarril, por calles angostas que nos brindan la apreciación de una preciosa arquitectura popular, el agua protagonista de este lugar, abunda por doquier, fuentes, manantiales y regateras acompañan nuestro caminar, pronto accedemos a una pintoresca calleja donde abundan, frutales, castaños y omnipresentes zarzales, rebosantes de moras estupendas, sería un pecado dejarlas en sus racimos maduros, dieciséis manos heridas de guerra por sus espinos guardianes, recolectaron lo suficiente para confeccionar una riquísima mermelada que en días posteriores deleitarían nuestros paladares evocando el recuerdo de la experiencia vivida. Dos colegas más, decidieron acompañarnos en esta excursión, nuestro queridísimo Chipi, un can de lo más cariñoso (uno más de la familia) y mi manoseada bota de vino, con la cual brindamos en la vieja estación por la amistad y el momento, ensimismados con las vistas que ofrece este paraje. Después del paseo, decidimos tomar un aperitivo antes de sentarnos a comer, chicha, choricito ibérico y cerveza despertaron nuestro apetito, una estupenda comida, sobre todo por la compañía, se tornó en sobremesa, con charla amena y diversión. Sin dar tregua al cuerpo, aconsejados por Taburete nos dirigimos a la garganta de la Tejea, un lugar de gran valor biológico, enclavado en la estribaciones de la Sierra de Gredos, entre La Garganta y Hervás, sin duda, un gran acierto, rodeada de robles y castaños, es un precioso lugar que desde este blog os animo a visitar, sobre todo en la próxima estación otoñal, donde a buen seguro, duplicará su encanto, tiñendo su vegetación de un manto multicolor. Paseito por Hervás, degustando sus carnes y exquisitos dulces hicieron que la noche cubriera de estrellas el cielo del barrio judío, excelente colofón a una maravillosa jornada que terminó al fresco de la terraza de la casa de Baños, donde el cansancio acumulado, provocó que inmediatamente cayéramos en los brazos de Morfeo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

REGRESO A LOS INFIERNOS

Aprovechando el tiempo libre que en esta época se nos brinda, consigo, casi sin creérmelo, tirar de mis hijos para poder disfrutar de una jornada campestre en familia, no, sin antes, haber negociado horarios, actividades, rutas y un sinfín de detalles que para ellos son de vital importancia, mientras a mi querida esposa y a mi, nos resultan tan insulsos, como irrelevantes, ya que lo verdaderamente esencial es poder pasar un día juntos en plena naturaleza. En poco más de una hora, con paradita incluida en Navaconcejo para acopiar fuerzas con un buen desayuno a base de tostadas con su aceitito de oliva, su tomatito y un poquito de jamón, llegamos a nuestro destino (aparcamiento del campamento Carlos V, (Jerte)), hace una mañana preciosa, o por lo menos a mi, me lo parece. A mis cachorros, le habíamos dicho que nos dirigíamos a “Los Pilones”, un bello paraje natural que se asemeja a un pequeño parque de atracciones acuático, ellos personalmente no lo conocen, pero nos han escuchado hablar de este lugar, en multitud de ocasiones. Será por eso, por lo que no les cuadra que no se escucha el agua, no tardan en preguntar que donde esta “la Garganta de los Infiernos”, y aprovechando la ocasión que me brinda un cartel cercano, les indico con el dedo, sin añadir nada más. El cartel apunta a una pequeña vereda empinada entre mucho follaje. –Pero tu decías que se subía un camino con el coche…, la interrumpí, inmediatamente, - si, cariño, pero de eso, hace muchos años, ahora por lo que se ve, tendremos que subir andando, -Pero es que en el cartel pone que tardaremos una hora. – No te preocupes, con tus piernas, solo tardaremos media. Y colgamos las mochilas sobre nuestras espaldas, cierto es, que mientras subíamos intentaba disfrutar del paisaje, y comentar curiosidades que se nos ofrecían a cada paso, con el aliento entrecortado, haciendo de escoba de la expedición, porque mis fuerzas, por supuesto, no son las de mis hijos, pero la rapidez de él, con la curiosidad de llegar, nos saco una legua, mientras la otra, solo escuchaba la música estridente que salía de su móvil, mezclada con un sonido que producían sus labios, entre lamento y tortura, algo así como: - puff, pues vaya cuesta -, gracias a Dios, según trepábamos mas alto, la cosa se iba relajando, pudiendo disfrutar de todo el encanto de la escalada. Pasada un poco mas de la media hora, la vereda empinada se transforma en una vertiginosa bajada empedrada, al fondo a la derecha una preciosa casa de piedra rancia adorna el camino, unas mesitas con bancos de madera y el cartel anunciador acompañado de un delator rugido de agua nos avisa de nuestra llegada. Aparece ante nuestros ojos un puente estrecho que cruza la garganta, la vista desde el puente a la izquierda nos ofrece los pilones pulidos por el paso de los años, formando inmensas bañeras de granito chorreantes de aguas cristalinas, la caída del agua forma una espuma limpia, efímera, burbujas de pureza que oxigena a las truchas que en estas aguas habitan, a la derecha un charco sosegado, cuyo fondo no ofrece secretos, invita al baño. Imagino a una pareja de nutrias, jugando entre los grandes rolos que sobresalen del agua en las orillas, haciendo travesías subacuaticas divertidas, con la rapidez que las caracteriza, para después secarse al sol serrano de estos parajes. El ciervo volador es otro vecino de la rivera, parecido a un gran escarabajo con grandes cuernos, reposa relajado en un saliente de la hojarasca de la otra orilla, y la omnipresente rana patilarga ibérica, aplastada sobre un granito en la sombra de una chorrera. Gran espectáculo, todo incluido en el mismo precio, resbalamos durante horas por las aguas y musgos de los pilones, masajeamos nuestras espaldas en las pequeñas cascadas que chocaban con la fuerza del Spa natural mas gratificante del mundo, nos soleamos como lagartos hasta que por fin, llego la ansiada hora de comer. La gobernanta de nuestra familia, nos tenía preparado un suculento menú campestre, a base de gazpacho, filetes empanados y un riquísimo pan de pueblo para acompañar. Tan deliciosa comida, pensamos que debía ser merecedora de una buena mesa, para lo cual, subimos a la zona habilitada en la parte de arriba, comenzamos a servir el primero, cuando una voladora del traje de rallas quiso acompañar como anfitriona en su territorio nuestros deseos de yantar, no le hicimos mucho caso, pues la experiencia, sabedora de otras ocasiones que no debemos molestar a esos insectos vengativos, nos hicimos los tontos y proseguimos con el ritual, la verdad, es que todo era perfecto, hasta que nuestra amiga fue en busca de unos familiares, que de ser una, pasaron a ser muchas, tantas, que no podía contarlas, me hice el fuerte, pero, por poco tiempo, la que aguanto el chaparrón fue la cocinera, que con mucho coraje, pudo recoger los manjares abandonados por cobardes hambrientos, jugándose su integridad física. Pero este contratiempo, no pudo con las intenciones y en la frescura de la orilla, a la sombra de un buen árbol, mi familia dio buena cuenta de terminar lo que habíamos empezado. La sobremesa, paso entre bromas, risas y baños, en plena armonía, con momentos especialmente intensos que siempre nos quedaran para el recuerdo. Llegada la hora, desandamos el camino, plenamente satisfechos con una jornada inolvidable que pasó de ser, la Garganta de los Infiernos, a ser, la Garganta Celestial.

sábado, 6 de septiembre de 2008

LA CIUDAD ENVIDIADA

El otro día, escuchando un programa de radio, me llamó mucho la atención de que iba el asunto. Utilizaban una palabra anglosajona, que curiosamente apadrina un movimiento basado en dotar al individuo de calidad de vida. Se llama “slow city” (ciudad lenta) y se basa principalmente en desechar las prisas, el stress, alejado del ruido de vehículos, disfrutando de zonas peatonales y preciosos jardines. Para que todo sea perfecto, es necesario practicar el “slow-food” (comida lenta), que es lo contrario de fast-food (comida rápida). Para poder ser un municipio slow city, es necesario tener una población inferior a 50.000 habitantes, no ser capital y tener cerrado el casco antiguo al trafico, además de cumplir requisitos de carácter legislativo, medioambiental y turístico. Este movimiento ha empezado en Italia, donde ya tiene 63 ciudades. Los alcaldes trabajan para reducir el ruido, ponen autobuses eléctricos, protegen los productos de allí y ponen más parques y jardines, además de calles peatonales. Y han obligado a las tiendas a cerrar 2 días a la semana. La primera ciudad lenta fue la italiana Bra. En el año 2003, treinta ciudades europeas fueron declaradas slow cities y otras tantas lo habían solicitado. En España Pozo Alcón (Jaén) ya han logrado esa denominación y Nigüelas, en la granadina Sierra Nevada, está gestionando su adhesión al movimiento. Entre esas ciudades es curioso la ciudad Bra, el reloj del pueblo esta retrasado 30 minutos, donde además alberga la sede del movimiento slow food. Si vamos por puntos, en primer lugar, no me gustan las palabras anglosajonas, sobre todo si pueden ser sustituidas por palabras que utilizo Cervantes, ya que nuestro español, es probablemente el idioma más rico que existe, no sólo en vocabulario, sino en significados, pero aún así la globalización e Internet nos han obligado a asumir el uso cotidiano de palabras extranjeras que poseen o no, un equivalente en nuestra lengua. Como idea de ciudad, me parece estupenda, es como retroceder en el tiempo y hacer las paces con la naturaleza, pero en el fondo me siento herido como ciudadano del mundo, ya que limitar para conceder es jugar con ventaja, Cáceres es capital de provincia y por supuesto, tiene mas de cincuenta mil habitantes, pero señores, ¿Vds. han estado en Cáceres? En segundo lugar, quiero destacar que no hace falta poner un tope de habitantes, pues la forma de vida la marcan las personas y sus costumbres, no tiene sentido que en Madrid todas las personas corran en los andenes de metro, cuando, cada 5 minutos tienes uno, seria mas lógico correr en Cáceres, que los autobuses pasan cada cuarto de hora, pero aquí no corre nadie, parece que todos estamos jubilados. Ya no te cuento, si me encuentro con varios conocidos, que es muy frecuente, bla, bla, bla…, en andar cien metros, media hora, pero no pasa nada, lo primero, es lo primero. El tema de la comida resulta complicado, pues se de buena tinta, que en nuestra ciudad los restaurantes rápidos tienen grandes adeptos, pienso que mas por tema económico que por otra cosa, pero todos los que frecuentan ese tipo de establecimientos, también se pirran por una buena comida sosegada (las tencas, no se pueden comer con prisas), el vino bebido a grandes sorbos, puede sentar mal y los tomates de huertos cercanos o frutas orgánicas, como llaman ahora todas las que hemos comido de toda la vida, siempre han presidido las mesas de esta ciudad. Por ultimo, incidir que nuestro casco antiguo es de lo mejor que hay en España, que no se puede mermar la libertad de sus vecinos en la utilización de vehículos, pues mermaría también su calidad de vida. Y como de calidad de vida hablamos; sin desmerecer estos pueblitos tan organizados, puedo asegurar que Cáceres podría perfectamente ser la capital europea del movimiento “CIUDAD ENVIDIADA”. Los habitantes de nuestra ciudad divisan campo desde la mayoría de las calles, nuestro cielo de perfecto azul, es uno de los mas poblado de aves de toda España, nuestras costumbres de lo mas sosegadas, y de nuestra gastronomía, ¿que queréis que os cuente?. Mi hermano tiene adelantado el reloj del comedor veinte minutos, para poder llegar puntual (fijaos si se vive relajado), las relaciones interpersonales son de lujo, nuestro carácter es elogiado por todo el que nos trata, además de tener los alrededores campestres más variados que se pueda imaginar (sierra, huertas, llanos, dehesas…) para realizar todos los deportes de campo que nos apetezca, a tan solo cinco minutos del centro, andando, pero es cierto, que mis paisanos, abusan un poquito del utilitario, puede que esa sea la asignatura pendiente de nuestra forma de vida. Para terminar, permitirme una aclaración, pues alguien puede pensar que si no me gustan las palabras sajonas, ¿Cómo es que mi seudónimo es McArthur?, pues bien, los que me conocen saben perfectamente que este apodo no proviene del gran coloso americano, por eso, queridos amigos, quiero invitaros a todos a reflexionar sobre nuestra ciudad, animaros a disfrutar de lo nuestro, sencillamente, abusando de la habitual rutina sosegada con conocimiento de causa, ya veis, en otros lugares ansían nuestra forma de vida, la vida de nuestra “CIUDAD ENVIDIADA”.

jueves, 14 de agosto de 2008

NATURALEZA Y SEXO DEBIL

De todo el mundo es sabido, que el hombre, como tal, es un ser complicado y retorcido, no llegando ni con mucho, a superar la mente del sexo opuesto, esa si es una maquina manipuladora, absorbente y calculadora, siempre hace, lo que quiere, elige al que quiere y con su encanto embauca a su pareja, para lo que se dice vulgarmente, "llevarnos al huerto". Los animales irracionales, tienen comportamientos básicos; comen, cuando tienen hambre, duermen, cuando tienen sueño y procrean empleado un sistema de mejora de su especie, basado en escoger el más fuerte, el más coqueto o incluso el que mejor baila. Por supuesto, los animales no tienen dinero, digo yo, que ese es el motivo, por el que la especie humana no acaba de mejorar como Dios manda, pero también se dan casos en el mundo animal, donde la supremacía de la hembra domina a los suyos hasta límites insospechados. Basándome en el pensamiento anterior, recuerdo un caso ocurrido algunos años atrás, donde dedicándome a observar a una pareja de jilgueros, en una de esas salidas campestres, pude ver el énfasis, que el macho ponía en saciar el apetito de su hembra, que por cierto, no estaba enguerado en su nido, si no, que se encontraba en el brocal de un pozo cercano a un huerto, reposada y expectante en el incesante ir y venir de su exhausto compañero, cebando su pico con insectos del interior del humedal, que posteriormente de forma cariñosa entregaba como un regalo a la coqueta emplumada. Por lo poco que tardaba, no creo que hiciera sisa de ningún invertebrado, haciendo eso de uno para mí y el otro se lo llevo a mi ligue, por lo que pude deducir, que el pardillo, solamente hacia el trabajo duro, pero sin ninguna recompensa, bueno, yo tampoco me quede toda la tarde, a lo mejor después... . Claro, no pude por menos, hacer la comparación con la raza humana, sobre todo, cuando vestimos plumaje joven, que nos encanta eso de hacernos los chulitos para llamar la atención y colmamos de regalitos a quien nos hace tilín, sin mirar otra cosa, mas que su satisfacción, dicho, sea de paso, que en un principio se satisface con cualquier cosita, pero según pasa el tiempo hay que esforzarse mucho, mucho, para que verdaderamente sus pretensiones queden totalmente satisfecha. El jilguerito, siempre subía al brocal del pozo, con el mismo tipo de mosquitos, la colorista pollita no le decía, primero me conformo con un mosquito, después deseo una polillita, a la próxima te exijo un saltamontes y por ultimo te ordeno que me traigas un delicioso invertebrado que vive en la parte occidental de Europa... , hombre, por favor, ya esta bien. De todas formas, siempre encontramos casos que rizan el rizo, por ejemplo, el caso de La araña viuda negra (Latrodectus mactans) tiene un cuerpo negro brillante, afortunadamente solo se encuentra a lo largo de todos los Estados Unidos, Su nombre proviene de la costumbre "post - nupcial" (luego del apareamiento) que tienen las hembras de esta especie: atacan y se comen al macho (que no es venenoso); algo bastante común en muchas arañas y de una forma figurada, en muchas mujeres. Pero tampoco quiero ser radical, también es cierto, que son muchos los machos con mala leche y se me viene a la memoria un gallo kiriko que dominaba el corral del olivar, picaba con saña la cresta de sus pollitas, claro que esa es su obligación, pero no lo hacia como el resto de los gallos, este, hacia sangre. Tan duro era el pollo, que se extralimitaba a picar y espolonear a todo el que se acercaba o pasaba cerca de el, hasta el día que pico a mi sobrino, bueno realmente no le pico, pero lo intentó, y mi cuñado, desde la terraza, observando inquieto en que podía terminar la aventura de dicho bravucón, decidido escribirla el, con una piedra cercana que lanzó con inusual precisión, alcanzando de lleno al facineroso animal, que cayó patas arriba en una nube de plumas. Pero tan malo era el bandolero del corral, que no paso media hora y lo vimos paseando altanero (bueno, con una pequeña cojera) sacudiéndose las plumas, por delante de nuestras narices, provocando la cara perpleja de los allí presentes y la desazón de nuevo en nuestros corazones. Una mirada entre todos y la caza se hizo inmediata, como si de un linchamiento se tratara, no pude ver quien le retorcio el gaznate, pero si, quien le quito las plumas y puedo asegurar que la “Pepitoria” que hacen ese tipo de pollos, es exquisita. Moraleja: Por muy malas que sean las hembras, dejalas tranquilas, que de chulos, ya estamos hasta los…, el verdadero macho, es el que demuestra mesura y desparpajo.

sábado, 9 de agosto de 2008

CONTRA LA PEREZA…, DILIGENCIA

En primer lugar, pido disculpas a todos los seguidores de este blog, por la tardanza en hacer una nueva entrada. Alego en mi defensa, que la época estival, da un giro rotundo en la rutina anual. Es tal, la actividad de estos días, que apenas me queda tiempo para dormir unas pocas horas y poco mas, todo el día de acá, para allá, estrujando cada segundo, aglutinando los quehaceres y redimiendo el espíritu de esa maravillosa sensación que es el descanso. He decidido no quejarme, siempre hay quien esta peor que yo. Imaginar a esas pobres almas, deambulando por las costas españolas, en busca de un hueco para pinchar la sombrilla, después de haber dado siete vueltas, buscando donde dejar el recalentado coche, que al final, mal estacionado, será recompensado con una receta de cincuenta a ochenta € (que no se libra nadie de pagar), en el mejor de los casos, pues no seria la primera vez que después de haber gastado unos buenos cuartos en el chiringuito, por haberte partido el cobre a codazo limpio, con todo titirimundi, para conseguir unas cervezas recalentadas después de haber permanecido en la barra veinte minutos sin dueño, los refrescos aguados con el cambio de estado del hielo a H2o y unas sardinas canijas y resecas, todo al módico precio de cuarenta €, sudando como un cerdo, aguantando las discusiones de los niños, las protestas de la madre y los insultos de la suegra por no hacerte oír, llegas donde dejaste el coche y ya puedes mirar…, que se lo ha llevado la grúa o te lo han robado. Malditaaa… sea. Si me permitís un consejo, para disfrutar y digo DISFRUTAR, de vuestras vacaciones, no dudéis ni un momento, en buscar el descanso en la sencillez, evitando, eso si, lo rutinario del resto del año, pero sin complicar las cosas, tener capacidad para improvisar, no todo, tiene que estar programado, si algo se tuerce, recurrir a vuestra imaginación y cambiar los planes. Son muchos los casos, donde nos rendimos ante una cadena de infortunios, pensando que mejor nos quedamos quietos, provocando en los que nos rodean, aburrimiento y desazón. Para evitar esta pereza, lo mejor es diligencia, coger una mochila, meter una botella de agua y algunas piezas de fruta, poneros las zapatillas de deporte y salir de la urbe en la que os encontréis, animar a la familia con énfasis, buscar horas apropiadas para ello y encontrar en vuestro nuevo entorno momentos para relajaros ante paisajes que no tenéis en vuestros lugares de origen. Cuando viajamos a la playa, casi siempre vamos a la misma. Seguro, que hay otras muchas en un entorno próximo con acantilados o relieves que deleitaran vuestros sentidos. Montañas o montes cercanos, que podéis alcanzar para regalaros unas preciosas vistas, o los alrededores de algún pueblo, con el encanto de sus huertos y caminos que sorprenden a su andar en cada paso que damos. Animo, amigos, disfrutar del verano, merece la pena el cansancio de la actividad, pues, sin duda alguna, es el descanso del espíritu. Como decía mi madre – CONTRA LA PEREZA… DILIGENCIA.

jueves, 10 de julio de 2008

GUIA PRACTICA II

En esta ocasión, me gustaría aconsejaros en otras situaciones que pueden ofrecerse en nuestros deportes campestres, siempre haciendo hincapié en vuestro criterio, que será en todo momento el que decida la solución al problema. Esta guía, es solamente un manual editado por experiencias vividas y resueltas en unos casos satisfactoriamente y en otros, no tanto. Cuando era pequeño, me enseñaron que no se debe bajar las cuestas corriendo, es normal, pero cuando eres un chiquill@, no se hace caso a los mayores, falta entendimiento y sobra rebeldía, también me enseñaron que la cuestas se deben subir en zip-zap, pero cuando faltan años, sobran fuerzas, moraleja: sube y baja como te de la gana, la experiencia te dirá si realmente lo estas haciendo bien o mal. Viene esto, al caso, que tantas veces me enseñaron, que cuando viera un panal de abejas o lo que es peor, de avispas, lo ignorara, como el gitano, ignora un pico, ya que es ganado guerrero que no gusta de ser molestado, siendo mas osado un ladrón de colmenas que un encantador de serpientes y aun sabiendo la doctrina, erré como un pardillo, me empeciné en saciar mi gaznate en la fuente llamada del Escaramujo, delicada agua cana, fresca en su contenedor rocoso, envuelta en el calor de un sol ardiente, rodeada de hiervas aromáticas y como no, de avispas que tenían el mismo gusto que yo. Quizás pensé, que unas cuantas, no era panal, ni tampoco ejercito suficiente para arrebatarme la intención, pues unos insectos tan pequeños, no podían proferirme tanto dolor, como mi reseca garganta martirizaba mi conocimiento. Lo mismo que tarde, en inclinarme de rodillas, para llenar una lata multiuso (todo el que hacia uso de la fuente, utilizaba la misma lata), tardaron dos de ellas en lanzarse camicaces contra mi torso desnudo y otra en mi pierna canija, inyectando su ponzoña venenosa, que como un latigazo seco e inciso, hizo poner mi carne de gallina, provocando un intenso escalofrió que me hizo reaccionar de isofacto, retrocediendo de inmediato y soltando el envase que vi caer como un fotograma a cámara lenta, vaciando su contenido en el mismo lugar donde fue recogido. El gran Goliat, al escuchar mi despavorido grito, acudió en mi auxilio, comprendió de inmediato la situación y no tardo en hacer una mezcla de tierra y orín, que se convirtió en barro balsámico, tal y como a el le habían enseñado nuestros mayores, con la diferencia que a el seguramente se la hicieron con agua del botijo, pero cuando vio la nube que revoloteaba en sus inmediaciones, cambió los componentes del calmante, al fin y al cabo, era barro. Cogiendo un poco con su mano, se dirigió hacia mi con la intención de aplicar aquel emplaste sobre mi enrojecida y abultada piel, pero no, yo correteaba como una cabra loca por aquel campo, me habían vencido las del traje de rallas, pero no estaba dispuesto a ser embadurnado con herrumbre de otro, en todo caso, si fuera la mía…, pero el tiempo pasaba inexorablemente, corriendo en mi contra, cada vez el dolor y la hinchazón eran mas fuertes y mi espíritu se doblego a la evidencia, no había quien se acercase a esa fuente, yo, no se, si no tenia ganas de mear o es que no podía y el único barro, era el que sostenían los dedos manchados de mi curandero. No pienso daros el gusto de entrar en más detalles, pero es consejo de este manual, que paséis por una farmacia y llevéis siempre encima un antídoto de amoniaco en vuestras salidas campestres, sobre todo en los meses de verano, pues son muy eficaces, están tratados sanitariamente y evitareis situaciones indeseadas, que bastante se pasa con el picotazo.

lunes, 16 de junio de 2008

LA LEY DEL LIDER

Como ya os contaba en entradas anteriores, los habitantes de la dehesa, no se obligaban a tareas por riguroso mandato, simplemente se auto adjudicaban el deber de realizar lo que resultaba esencial para la buena marcha de la convivencia de todos, eso si, era curioso como cada tarea escogida por los seres de aquel ecosistema, se ajustaban a cada uno, como un guante, adaptadas a las cualidades innatas de los individuos que las realizaban, habiendo unas que gustaban mas que otras y por supuesto, compartiendo la inmensa mayoría. Viene esto al caso, de recordar una de las tareas que mas les gustaban a los adultos, mentes inquietas, sobrados de habilidades para sobrevivir en un medio que la mayor parte del año se podía considerar hostil. Se hacían trabajos bajo el sol abrasador de cuarenta y tantos grados, era el mejor momento de recolectar langostos(saltamontes) con la manga (cazamariposas gigante), en infernales pastizales, haciendo pasadas y mas pasadas, para cebar el río, o aguantar delante de un parapeto de paja, en un rastrojo a las seis de la tarde del abrasador verano esperando el paso de las tórtolas, solamente protegidos con un sombrero, una escopeta que abrasaba en las manos y el búcaro de barro enterrado en el cereal para sofocar la sed con ese asfixiante calor y otras muchas tareas que iremos comentando mas adelante, pero lo que mas le gustaba a nuestros maestros era la demostración de cualidades, sobre todo, cuando recibíamos las visitas de familiares y amigos, neófitos en materias campestres, personas con el deseo de empaparse en todo lo que llamamos “Deportes de Campo”, a los cuales trataban de hacer ver la importancia de seguir las pautas en cada momento, unas veces con mas suerte que otras, ya que para los que desconocían estas artes, en algunos momentos, podía parecer que les querían tomar el pelo. Una de esas noches que nos sentábamos en el patio, disfrutando de la compañía de mis sobrinos y mi cuñado, al frescor de los arreates, descansando sobre el poyo de mampostería que está junto a la carbonera, me contaban el trance vivido, aun con el susto metido en el cuerpo, pero con el jolgorio de haber superado la prueba sin percances, de una tarde en la que el tío (mi hermano), les había querido enseñar el arte de cortar un rincón del río. Con todos los trastes en un saco, hicieron camino hasta el lugar, pasado ya los calores. El maestro curtido en el manejo de estas herramientas, por circunstancias que decía eran ajenas a su persona, se encontró con una red, mal enrollada, con restos de palos enredados, en definitiva, lo que ellos daban en llamar “balagüera”, no se si esta palabra, se escribe con “b” o con “v”, se positivamente, que es propia del argot solamente utilizado en aquel reducto de naturaleza y que su significado es algo así, como “Me cago en…..”. El caso, es que cuando algo no se encontraba, salía, o no estaba como ellos esperaban, despertaba el monstruo que llevaban dentro, por esa boca, salían rayos y centellas, burradas inenarrables, que al que las escuchaba, le entraban ganas de salir corriendo. Lo mejor, era callarse, obedecer y no errar en las ordenes dadas, las cuales, tenias casi adivinar, claro, que eso lo sabíamos, los que estábamos todos los días a su lado, pero estos dos pobres novatos (padre e hijo), no sabían por donde venían los tiros. Cuando hubo preparado el trasmallo, parece que el carácter, se endulzó, como se endulza, la hiel con miel, pero para entonces, la oscuridad casi invadía la orilla. Pasó entonces, que encontrándose el maestro en un lado de la “V” y el padre e hijo en la otra, a voz en grito, les comunicó, que le hacia llegar una punta de la red, con una piedra atada a la cuerda. No veas, a ese padre abrazado a su hijo, temblando en la oscuridad, a la espera del sonido de la pedrada, que se hacia interminable y no llegaba, queriendo mirar al cielo, por si veían algo y por otro lado agachando la testa para resguardarla del posible impacto, pero eso, no fue lo malo, lo malo, vino después, cuando el cabreado maestro, falto de visión y en previsión de no arrearles, lanzaba la piedra, casi al vértice de la “V”, que hacia el rincón, no valiendo el lance y teniendo que volver a repetirlo, así, hasta tres veces. Pobre padre y pobre hijo, vaya experiencia, una vez encontrada la cuerda tiraron de ella y recortaron el río infructuosamente, debido a tanta voz, tanta piedra y tanto cabreo. Creo que los dos alumnos, fue la primera y ultima vez que recortaron de orilla, creo que se guardó la herramienta peor que se encontró, creo que no olvidaran ese deporte en la vida, ya que nadie paso tanto miedo, ni en un bombardeo de la guerra civil y bien creo que los dichosos individuos, escogidos para su deleite en estas artes, en aquella ocasión pensaron que se vivía mas seguro en la gran urbe de Madrid.

domingo, 8 de junio de 2008

DE EXCURSION CON LA CANSINA

Ahora que llega el calor, quiero contaros una de esas historias ambientadas en nuestros campos de Extremadura. Infinitas llanuras que albergan masas de agua rodeadas de pastizales tostados por el sol, coloristas dunas de paja amarilla que invaden el paisaje con el contraste de cielos borrascosos de tormentas de verano, casi negros, con el enfoque de la luz que proyecta sobre ellos, el sol que se cuela en el atardecer estival. Cuando yo moceaba, en la calle había más de veinte chiquillos, que por aquellos entonces, la inmensa mayoría no disfrutábamos de veraneo. La primera vez que yo conocí el mar, quizás pasara los trece años, por lo tanto, en la calle casi siempre, estábamos la panda al cien por cien, aun cuando, en algunas ocasiones, igual que ocurre en las clases, puede que alguno falte, bien por enfermedad, baja por accidente o simplemente porque teníamos impuesto algún castigo, o alguna tarea que cumplir. Como iba diciendo, una de esas tardes exentas de ocupaciones, nos juntamos una buena panda alrededor de uno de los dos kiosco que había junto al Perejil, solamente unos cuantos, eran propietarios de bicicletas, el resto teníamos bastante con dar una vuelta en ellas de vez en cuando, o desplazarnos en la incomoda barra, en la cual poníamos un jersey doblado para amortiguar. También podíamos ir sentados en el manillar, o si eran desplazamientos cortos, subidos en las mariposas de la rueda trasera. Solamente, dos o tres tenían transportin sobre la rueda trasera, lujo para el ocupante afortunado de ese asiento. Los desplazamientos que realizábamos normalmente no eran muy largos, pero aquel verano se amplió nuestros horizontes. Recuerdo que no había, ni mucho menos, los coches que hay hoy, y la verdad, los que circulaban, lo hacían muchísimo mas despacio, las calles eran territorio de la chiquillería y los conductores lo sabían, por lo tanto, resultaba muy fácil circular por las calles en cualquier dirección, sin el peligro que hoy representa, simplemente por la gran cantidad de vehículos que se han apoderado de nuestra ciudad. Había un artista de las dos ruedas, que podía llevar subidos en la bici a cuatro zagales y con el, cinco, uno en el manillar, otro en la barra, otro en el sillín, otro en las mariposas traseras y el de pie sobre los pedales, una verdadera atracción de circo, que alguna vez los osados funambulistas daban con sus huesos en el duro asfalto, pero no pasaba nada, piteras, moratones, postillones varios… heridas de guerra y un sin fin de agresiones corporales que se atendían en la fuente mas cercana y se tapaban (si se podía), para que no fueran premiados con unos azotes de regalo al llegar a casa. Aquella tarde, todas las bicicletas llevaban su respectivo paquete, los mayores de la pandilla, conocían un lugar llamado “los charcos del Guadiloba”, donde decían que se pescaba, se bañaban y que no estaba muy lejos. Por supuesto, si hubiera pedido permiso, habría sido denegado de momento, pero es de esas veces que cuando dijeron el destino, ya nos encontrábamos pasando el río de “la madre”, en la carretera de Trujillo, en aquella época, nadie se tiro de la bici, ni dijo aquello de –BAJAME-, cualquiera, los chicos del viejo oeste, además de ser muy brutos, éramos muy machos. Bien sabe Dios, que fue una de esas veces, en la que te la juegas. Pero ya metidos en berengenales, lo mejor era disfrutar del paisaje. Con el calido viento bronceando aun mas nuestras renegridas mejillas, recorrimos un camino bastante ancho, que por entonces, sus márgenes formaban grandes rastrojos, abrasadoras extensiones en la tarde de verano, la polvareda delataba el paso de los jinetes del manillar de cuerna, los que daban pedales, corsarios de los trigales descansaban sus posaderas sobre sillines de cuero amortiguados con muelles, pero los grumetes iniciados en estas lides, deseábamos que se nos acabaran de arrancar nuestras pobres cachas en cada salto de piedrecillas o baches del camino. Una pendiente hizo que descendiéramos de los infernales hierros hendidos en nuestros pobres músculos traseros, el dar un paso era un reto casi imposible, que nosotros disimulábamos con sobrada lentitud de movimientos, mientras la sonrisa socarrona de los mayores lo decía todo. Coronado el puertecillo, nos entraban ganas de llorar cuando con una mano en el manillar y la otra señalando la mortífera barra, nos indicaban nuestro cruel destino. El mas avispado, se atrevió a decir al compañero que cambiaran el puesto, a lo que fue contestado radicalmente.: “¿Tu tienes bici?”, -no, contesto el desesperado grumete, “Pues cállate y monta, que cuando seas padre, comerás huevo”, para mas INRI, enfilo la cuesta abajo sin tocar el freno, la bicicleta volaba, mientras los demás tragando el polvo del primero reían el castigo a la osadía viendo botar de lado al lado del camino la cansina. Después de veinte minutos de camino, pudimos ver la frondosidad verde a lo lejos, como un puntito de color oscuro rodeado de encinas esparcidas en sus proximidades, según no acercábamos, el verde se hacia mas intenso, hasta el punto de llegar a una orilla de hierva fresca, que ensordecía con el croar de multitud de ranas. Los mayores de la pandilla que ya conocían el paraje, se despelotaron en un segundo y calmaron el sofoque del pedaleo en medio del charco. No hizo falta que nos animaran, chapoteamos durante un par de horas, por lo menos, en un charco de aguas estancadas pero limpias, que lo mas hondo nos cubría por el pecho, nos hacían bromas con culebrillas de agua que nos lanzaban para asustarnos, bromas que mas adelante haríamos a los grumetes que llevaríamos en la barra cuando nos regalaran nuestras propias bicicletas. La vuelta se emprendía con la emoción de haber conocido una nueva forma de esparcimiento, contentos por las vivencias aprendidas y sumamente contrariados por tener que aposentar de nuevo nuestras doloridas posaderas en la dura barra de la bicicleta. Cuando llegábamos a casa, andando con la dificultad propia del trance, a la pregunta de ¿Qué te pasa?, -no, es que me duelen las piernas. Teníamos que soportar la triste coletilla de: -Claro hijo, es porque estas creciendo.¡¡ JUA, JUA!!

jueves, 29 de mayo de 2008

GUIA PRÁCTICA I

En vista de la multitud de peticiones que he tenido de amigos, conocidos, allegados y en general personas afines a mi entorno, me decido a editar mi primera guía práctica de cómo salir airos@ de las pruebas que se presentan, de repente, en los distinto Deportes de Campo. Por supuesto, los consejos que a continuación ofrezco a todos los deportistas, lectores de este blog, no tienen porque seguirlos al pie de la letra, pues en ocasiones, se ha demostrado que la mejor forma de salir victorioso en envites comprometidos, el mejor maestro, es el sentido común y el resorte que despierta los sentidos adormecidos, llamado vulgarmente, instinto. Puede, que esta situación, se halla ofrecido a más de uno, de los amigos que leen esta guía. Hallándonos inmerso en cualquiera de los deportes, en mitad de un precioso entorno campestre, solos o acompañados, nos damos cuenta que un ladrido lejano, en menos de un minuto, deja de ser lejano, cada vez se vuelve mas bronco, con mas decibelios, nuestros sentidos comienzan a reaccionar, movemos la cabeza frenéticamente, buscando el can, bueno, realmente lo que buscamos es su tamaño, la vista se desparrama en toda la panorámica que puede abarcar, las manos comienzan a sudar, el oído, ese traidor, que delata de la presencia de la bestia, pero que no define sus características, parece que aumentara su tamaño interior para captar la mínima pista, haciéndonos cada vez mas vulnerables a esparcir esos efluvios que dicen desata el miedo y que a su vez captan los perros con su olfato a kilómetros de distancia. El paso, que en principio era de paseo, se convierte en trote, en el caso de ir acompañados, no se por que, pero el que intenta calmar al otro, no hace mas que ponerse detrás del compañero, como si de un burladero se tratara, pero si vamos solos, ah, si vamos solos, lo mejor que podemos hacer, es, apretar el culo, pies para que os quiero, y buscar un buen árbol, con una copa bien alta. Luego solo queda esperar, que el perro tenga dueño (un pastor) y lo busque, porque, si no, los minutos se convierten en horas y no hay nada mas incomodo que una rama. Claro que siempre nos queda el móvil, ese fiel compañero, que suena cuando no quieres oír, y no tiene cobertura cuando lo necesitas, en este ultimo caso, puedes ponerle al perro la canción del Chiquilicuatre, podéis estar seguro, que si el animalito, no es sordo, saldrá despavorido, aullando como si le dierais una patada en el trasero y no escuchareis ni el canto de los pajaritos, ni el zumbido de la abeja, ni el bramar del choto, ni nada, de nada. El chiqui-chiqui, es el arma de destrucción masiva más potente que dispone el hombre en un entorno natural, pues solamente el oído humano, puede soportar esos acordes, por eso, os recomiendo, tener grabado eso, pues con ello, podéis prescindir de ultrasonidos y demás artilugios, que realmente no funcionan con la misma precisión que el de la peluca. Otra situación, que se puede dar, en plena naturaleza, es “El Apretón”, ese inoportuno e indeseado compañero que viene precedido de un oloroso compromisario, en algunas ocasiones ruidoso y mal educado, portador de electricidad, pues al siguiente paso, un calambre acompañado de un fuerte escalofrió, recorre tu espalda, revuelve tus intestinos y desde ese momento, dejas de ser persona, da igual donde te encuentres, si hace sol o llueve, el conocimiento se anula, una gota de sudor, pasa a recorrer tu mejilla, el único movimiento permitido es, el desbloqueo del cinturón, que hace que caigan las vestiduras de cintura para abajo, lanzadas contra los tobillos y flexionar las piernas, igual que nos enseñaron el saludo en la vida militar, bajando ¡COMO UN RAYO!. Inmediatamente, nuestra cara se convierte en un poema, no se, porque, siempre en este trance intentamos imitar los ojillos cerrados de los orientales, se hinchan los carrillos y se arruga la frente, es el preludio de una gran relación, el animal que llevamos dentro, deja salir todo lo malo de su interior, mientras la tierra, agradece su regalo, convirtiendo lo maldito en lo que hoy se ha dado en llamar, “sostenibilidad del planeta”. Una vez ejercido el acto ecologista, relajado nuestros músculos y respirado profundamente por haber resuelto el primer problema con éxito, nos queda, resolver el segundo. Si eres un buen deportista de campo, seguramente, no tendrás ningún problema, pues en alguno de tus bolsillos, reliado, como corresponde hallarás blanco y suave papel, cuya celulosa también volverá a sus orígenes vegetales, escribiendo de nuevo aquella teoría que nos inculcaron, de la materia, ni se crea, ni se destruye… Pero, si por el contrario, no has sido previsor, solamente tienes dos opciones: a).- Coges lo mas próximo que tengas a tu alrededor, una piedra, una hoja, o cualquier elemento natural, con el cual, siempre te mancharas, por muy bien que lo hagas. b).- O, bien, si has tenido suerte de estar cerca de algún regato, charco o elemento acuoso, ir andando, pasito a pasito como ET, que no tenia piernas, solo tobillos, para después dar a tu recalentado trasero el fresco alivio del elemento mas higiénico que hay en la tierra. Si además hay poleo, para poder refregar tus manos con una fragancia fresca, sin igual…, pero eso, ya es el colmo de la buena suerte, entonces juega a la lotería, que seguro, te haces amigo de “Pancho”. Por ultimo, en esta primera entrega, recordar también, que en nuestra lucha contra los elementos, es primordial, guardar la serenidad en todo momento, pues no es raro, que nos gasten malas pasadas los malditos nervios, fruto de las situaciones vividas, para contrarrestar dichos males, el mejor aliado es, ir acompañados de una PDA Personal Digital Assistant, (Ayudante personal digital), ver si tenemos Internet, en caso afirmativo, conectar con “DEPORTES DE CAMPO”, hacer la consulta en comentarios y esperar respuesta. Si no tienes PDA, o conexión a Internet…, lo siento, pero estas perdido, reza lo que sepas e improvisa, al fin y al cabo, yo he tenido que sobrevivir, solo haciendo señales de humo y aquí me tienes. Animo a los practicantes de estas especialidades, no dudéis en probar todas las que componen nuestros Deportes de Campo, saludables, apetecibles y de fácil ejecución, no exentas del riesgo, algo que hoy esta tan valorado como extendido en todos los deportes.

viernes, 23 de mayo de 2008

“LA LIGERA”

Creo recordar que en el último capitulo del Capitán Trueno, nos quedamos alisando chapas de refresco, para confeccionar una preciosa cortina. Las tiras de cuerda de pita, se forraban con las chapas dobladas, de forma, que cada tira una vez clavada sobre la tabla que se alojaría en el quicio de la puerta, formaba una colorista y sonora espanta moscas. En el primer despiste de nuestra querida regenta, como esos ratoncillos de campo, que se cuelan por cualquier resquicio, igual, hicimos nosotros entre el postigo y el marco, eludiendo la monótona tarea encomendada, para dedicarnos a quehaceres mas propios de nuestro linaje. Bajamos la cuesta, dirección al río, pasando por la encina del columpio. Si me permitís, haré una breve descripción de esta fantástica atracción. Imaginar un columpio casero, muy rustico, de largas cuerdas hasta la rama que la sostenía, con el desgaste del uso, la rama decapada de su rugosa piel por la fricción, acomodaba a la cuerda que había lijado su canal con el paso del tiempo, haciendo de este columpio uno de los mas rápidos, por su puesto, sin degradar el follaje de la rama, pues los ingenieros que diseñaron su ubicación y fabricación, eran lideres expedientados en tales obras, todo fabricado con materiales artesanos biodegradables, el sentón hecho de un grueso madero, regio y pulido por nuestros traseros, presentaba dos taladros laterales confeccionados con una gubia manual, por donde pasaban las puntas de las cuerdas, un gran nudo en cada punta, evitaba que el madero se descolgara. En esta encina, pasábamos muchos ratos del día y de la noche, dada la proximidad a la casa y por otro lado, lo suficientemente alejada para la intimidad de nuestras conversaciones. Allí, se tramaron infinidad de travesuras, se realizaron cantidad de apuestas, para ver quien saltaba mas desde el columpio en marcha, haciendo vuelos sin motor en aquella cuesta del diablo y en alguna ocasión, se sudo sangre, aguantando con los dientes apretados los envites de Goliat, que hundía sus manos en mi espalda lanzándome contra las ramas mas altas, sin desfallecer en ningún momento, no podíamos ser un gallina, mientras el que empujaba con todas sus fuerzas esperaba oír :-¡¡VALE, NO ME DES MAS!!, para que le tocara su turno. Retábamos a cualquier hijo de conocidos que en algunas ocasiones venían a pasar el día, a los cuales, nosotros considerábamos forasteros, los pobres, cuando veían que le dábamos con todas nuestras fuerzas e incluso pasábamos por debajo del columpio corriendo cuesta abajo mientras empujábamos, chillaban como ratas de laboratorio y luego Iván lloriqueando a su mamá, la cual lanzaba contra nosotros miradas afiladas como puñales. Pero bueno, este no era el caso, decía que bajábamos la cuesta dirección al río, cuando pudimos avistar a nuestros mayores sacando la barca del agua. Digo sacando del agua y no me refiero a poner la barca en la orilla, no, sacar del agua era reflotarla, pues cuando no se usaba por un periodo mas o menos prolongado de tiempo, ésta se hundía para que las maderas se hincharan y de esta forma su mantenimiento en vías de agua fuera innecesario. Eso si, este trabajo requería de tiempo y esfuerzo, ya que consiguiendo inclinar algo mas de treinta grados la quilla, no se conseguía vaciar ni con mucho el cincuenta por ciento de la capacidad de agua que contenía, por lo tanto, el resto del vaciado, se hacia con una lata de esas grandes que entonces había de conservas. Los remos y la bancada, se guardaban en la casa y pesaban bastante, para facilitar su manejo en el tolete que atravesaba el agujero de este, se introducía un manojo de escobas verdes hechas un retorcido entrelazado , consiguiendo también que no chirriara la madera ni se desgastara con tanta rapidez. Después de una travesía, estas quedaban totalmente blancas y ajadas, del machaque tan brutal que recibían en cada ciar. La Ligera, como su nombre indicaba, era una preciosa barquita, de la cual yo guardo mis mejores recuerdos. Teníamos totalmente prohibido navegar con ella nosotros solos, todas las salidas que hacíamos, siempre había algún maestro presente en la embarcación, con ella, cruzamos el río de lado a lado nadando a su par, con ella, hacíamos maravillosas pesqueras en los rincones del Tajo, con ella, navegábamos a playas inaccesibles, que en aquellos entonces, solamente pescadores y nosotros podíamos disfrutar, todavía me parece oír los acompasados golpe de remo, fuertes y hendidos cuando se navegaba en travesía a “La Península”, a “La Isla”, o por el contrario, lentos y sordos, cuando recortábamos algún rincón para su pesca. La Ligera, no tenia grabado su nombre en la amura de proa, pero si en su quilla, al cortar las aguas con la rectitud de un tiralíneas, cuantas veces, en el ocaso, surcábamos las aguas con dirección a lo mas profundo, en el medio del río, para tirar las cuerdas. Este arte de pesca, se practicaba con el fin de seleccionar principalmente a anguilas, pero algunas veces también caían grandes peces. Se ponían una o dos cuerdas, distantes entre si, unos quinientos metros, cada una se componía del lastre, que buscaba fondo (una buena piedra), cincuenta metros de cuerda que podía contener unos treinta anzuelos con veinte centímetros de sedal, dispuestos a metro y medio de uno a otro, el final de la cuerda estaba atado a una corcha de unos veinte centímetros de diámetro, pintada de color verde. Tirar cada cuerda llevaba media hora, pues había que cargar cada anzuelo con una lombriz, después, solo quedaba esperar toda la noche. A la mañana siguiente, al amanecer, La Ligera, ponía rumbo a los corchos flotantes, se enrollaba la cuerda y se pinchaban los anzuelos yermos bien alineados para futuros usos. Las capturas se desanzuelaban y en el poco agua que quedaba en el fondo de la barca, nadaban las resbaladizas anguilas, hasta que llegábamos a la orilla, donde finalmente se sacrificaban y limpiaban, descamisándolas para meterlas en agua y que su carne blanqueara mas. Esta pesca, daba tantos disgustos, como satisfacciones, pues muchos días las cuerdas salían limpias, como otros albergaban ocho o diez ejemplares (los menos). La verdad es que el entorno mandaba sobre los elementos, porque la cámara de tractor negra, también dio muchísimo juego a la chiquillería de la dehesa, tan divertido era su traslado por la carretera abandonada, como su disfrute dentro del agua, pero eso, lo contaremos en otro momento, sirva este relato, como homenaje a “La Ligera” y a sus remeros, siempre ocupando un cachito de mi corazón.

martes, 20 de mayo de 2008

EL TIEMPO NUESTRO DE CADA DIA

Los seres humanos, debido a nuestra delicada fisonomía, somos una de las criaturas más frágiles del universo. Pero utilizando nuestra inteligencia y tozudez, conseguimos retos inimaginables. Eso es lo que ocurre, cuando inesperadamente los cambios meteorológicos nos sorprenden y ponen a prueba nuestros instintos, imaginación, y la capacidad de reacción para conseguir salir de situaciones angustiosas, forzando nuestra forma física a prueba de centros de alto rendimiento. Una tarde de domingo, viendo pasar los minutos del reloj, sentado en el sillón de casa, miro por el ventanal y este me ofrece una vista serena , primaveral, con una pequeña nube de algodón dibujada en la inmensidad de un precioso cielo azul, pensé, ¿Qué hago yo aquí encerrado?. No tarde cinco minutos en sacar del trastero el escueto equipo que utilizo para la captura del Bass (el chaleco, la caña y una cantimplora), en poco mas de media hora me encontraba en la orilla del Almonte. Hacia calor, tanto, que me deshice de la camiseta y sobre mi cuerpo solamente vestí un par de botas, las calzonas y el chaleco, este ultimo, útil necesario e imprescindible para alojar en sus múltiples bolsillos los peces, cucharillas, rápalas y accesorios destinados a la captura del centráquido. El margen derecho del río se recorta entre pizarrales, unos mas elevados que otros, en su primer tramo, las lanchas se amontonan unas sobre otras, no dando tregua al pescador que intenta buscar vereda entre ellas sin conseguirlo, cada paso se asienta la planta del pie para ver si la pizarra que toca avanzar se mueve o se desplaza en el desnivel, en ocasiones debido al equilibrio del paso, la prueba no ejerce suficiente presión y cuando la pierna trasera queda en el aire, la primera en su peso total lanza la pizarra cuesta abajo, provocando en primer lugar el chapoteo indeseado a su llegada al agua y por supuesto, el susto alarmante del que no se lo espera que inexorablemente despierta el resorte para que el siguiente paso sea mas cauto, sin poder evitar este trance en mas de una ocasión. Una vez superado este tramo, se respira hondo y bajamos al único rincón que presenta este lado del río, ochenta metros, no mas, disfrutamos de orilla, no suelen ser fructíferos los lances, pues la comodidad de este margen, que por otro lado, consiguen acceder el ochenta por ciento de pescadores está sometido a una presión de pesca importante, aun sabiendo los resultados, resulta prácticamente imposible no tentar la suerte, que rápidamente nos asiente el sentido común y decidimos continuar río arriba en busca de peces menos resabiados. Empezamos a partir de aquí una verdadera escalada, las mesetas cortadas que nos ofrece el pizarral, donde cogen poco menos que los dos pies juntos, solamente sirven para descansar las piernas, faltas de ejercitar en estos terrenos. No es lugar adecuado para el lance desde estos acantilados, pues en caso de capturar trofeo, seguro que perderíamos la pieza y los arreos, por lo tanto, continuamos en busca de una playa que nos ofrece un poco más arriba, donde si es posible y obligado escudriñar sus cortados en busca de buenas capturas. El calor tan bochornoso que hacia, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en tormenta, con una rapidez inusitada, desapareció el sol, y aquella nubecita de algodón, convertida en borrasca después de haberse tragado el cielo, comenzó a escupir goterones que manchaban la pizarra con el tamaño que un hisopo dibuja la pared encalada, el viento rizó el agua, la oscura nube se vertió literalmente en aquel paraje, mientras yo, solitario y empapado, intentaba guarnecerme en un saliente que a barlovento mitigaba el aguacero. No duró más de cinco minutos, pero enseguida presagie que el entorno no me ofrecía seguridad, al contrario, solo con girar mis tobillos, sin levantar los pies del suelo, pude encajar que me encontraba en una pista de patinaje, no, que digo, sobre sebos regados con viscoso aceite, no, peor, algas resbaladizas sobre liso mármol, o quizás mucho peor, un pizarral regado en abundancia, nada resbala más que un pizarral mojado. Lo primero que comprobé fue si mi teléfono móvil tenía cobertura, mi decepción fue mayúscula, no tenía ni una ralla. Sin mover un músculo, plegue con sumo cuidado mi caña “Trabuco” (30 cm., plegada) y la guardé en la cremallera que la parte de atrás de mi chaleco ofrece con mas capacidad. Desde ese momento, disponía de dos manos. Sopesé, la posibilidad de guardar inmovilidad hasta que la caliza secara por completo, pero en ello, corría el riesgo de quedarme sin luz, lo cual me parecía bastante mas arriesgado que intentar una escalada en vertical, utilizando todos mis sentidos y ninguna prisa en avanzar. Así lo hice, los cuatro o cinco metros que me separaban del ansiado elemento tierra, deje las uñas incrustadas en cada saliente, no falto de sobresaltos, pues en alguna ocasión, mientras una mano sujetaba, la otra arrancaba la lasca saliente, obligándome inmediatamente a elegir de nuevo la que mi vida agradeciera eternamente. Las primeras ramas que tocaron mis manos, tenían el tacto del perfecto mango ergomico digno de un rey, mi vientre se arrastró entre materiales campestres que arañaban mi piel, por supuesto, sin producir ningún dolor, agradecido que piedrecillas, ramas pinchos y demás elementos me sujetaran del consorcio que la nube y la pizarra habían hecho para acabar con mi persona. Una vez más se superaba la prueba que el homínido tenia con los elementos, una vez mas, la lección se daba inapelablemente, sin tapujos, sin ficciones. Una vez más, el alumno absorbió la lección y se empapo de supervivencia. Por favor, no me preguntéis por la pesca.

lunes, 12 de mayo de 2008

REFUGIOS DE GUERREROS

Los habitantes de la Dehesa, comenzaban el día con las tareas que cada cual tenía como propias. No eran instauradas con ningún Planning de trabajo, que va, se adjudicaban mediante voluntariado, pero es mas, ni siquiera hacia falta comentarlas. A los mas jóvenes, nos obligaban de forma persistente e incluso obsesiva a divertirnos continuamente, no estaba permitido el aburrimiento ni un solo minuto del día, las herramientas que ponían a nuestra disposición era, el entorno (casi nada). Pero como ya es sabido, que los muchachos de la época, gozábamos de una gran imaginación (que no por ser muy extensa, era infinita), cuando nos veían flaqueando, no tardaban en asignar, en este caso, por obligación, alguna tarea de esas que llamábamos de mayores y que no era santo de nuestra devoción, pues decían cuando estábamos ociosos –cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas, (ir a por agua, al manantial del Escaramujo, regar los arreates, desescamar y quitar las tripas a los peces,… etc.), trabajos estos muy honrosos, que mas adelante me alegro de haber aprendido, pero por otro lado un poco trabajosos y monótonos. Con tantos tebeos en el pajar, leyendo las aventuras de “El capitán Trueno”, o “Jabato”, pasábamos las horas de siesta tumbados en la mullida paja soñando con selvas, mares y castillos, donde el enemigo siempre vencido por nuestras impresionantes dotes de lucha, caían rendidos, suplicando clemencia. Todos los decorados de los TBOs, estaban a nuestro alcance, la selva, era una zona de gran vegetación, muy abrupta, que casi todo el año guardaba sus formas, debido al lugar donde se encontraba, una cuneta al lado de un túnel que atravesaba la carretera abandonada de lado a lado, con mucha humedad. El castillo, ya podéis adivinar, era el túnel, tenia un difícil acceso por una de sus caras, por el otro lado, las vistas daban al mar (el pantano del Tajo), el castillo, guardaba los tesoros de sus guerreros, armamento y frescos decorados al carboncillo de tizones apagados de fuegos de invierno. Una gran bóveda de cañón donde podíamos casi ponernos de pie, con el suelo pavimentado con grandes marros del río, era nuestra fortaleza, que en algunas ocasiones, cuando por circunstancias, no lo frecuentábamos, guardaba en su interior, algún invitado no deseado que se había colado buscando refugio (murciélagos, en una ocasión un tejón casi nos mata de un infarto), con la experiencia, aprendimos a tirar una piedra o una madera en la cuesta abajo que hacia la caída del empedrado, para evitar sustos innecesarios. En uno de los márgenes de la carretera, se encontraba un gran eucalipto, solíamos trepar por sus ramas para ver un nido de cuervo que se encontraba a media altura. Dominábamos la escalada con soltura, pero un día de esos que te sale tonto, me dio por colgarme en una de sus ramas agarrado solamente por las manos, esta rama se prolongaba por la cuneta y sobresalía justo encima de la puerta del túnel que miraba al río, avance por ella, unos dos metros, pensando que se doblaría poco a poco para dejarme sobre el verde lecho de hierva que en ese lugar parecía un colchón verde, pero mi canija personita no solamente, no doblo ni un centímetro la rama, si no que, mi capacidad de retroceso era nula. Las manos me empezaron a sudar, pedí ayuda a mi compañero de fatigas, pero ¿Qué podía hacer el?, al principio me decía calmado, -salta-, había una caída de por lo menos, cinco metros (o más), yo movía las manos alternativamente cuando se resbalaban más y más, el ya no me aconsejaba, me ordenaba, -SALTA, SALTA-. Mi vida paso por delante de mis ojos, en formas de mil fotogramas en un momento, no podía aguantar ni un segundo más, apreté los parpados y comencé un vuelo que parecía nunca acabar, el gran caballero, caía de una de las almenas mas altas de la torre, pero desgraciadamente en la viñeta del desplome no dibujaba la palabra “(Continuará) “, el desenlace, no presagiaba buen agüero, ningún soldado caído desde tanta altitud salía con vida de tan horrible trance, pero claro, no estamos hablando de un soldado cualquiera, en ese momento era el protagonista de la escena, el mismísimo Capitán Trueno, un cuerpo estilizado, que se hizo a si mismo, unas zancudas piernas como dos palillos (todo fibra), una agilidad felina, en fin, un peso pluma. Controle la caída, con tan buena suerte, que en la alfombra verde no había ninguna piedra que pudiera dañar mis tobillos. Goliat, se abalanzo sobre mí, partido de risa, cuando vio que no había pasado nada, y me decía: -Lo ves, ya te lo dije, -SALTA-.
Con una gran rejilona de piernas, nos fuimos a la casa, sin contar ni pío, la regenta de ese castillo, se puso muy contenta cuando nos vio de entrar, había que seguir confeccionando las cortinas de chapas de refresco, así, que piedra contra piedra, alisando una y otra y otra …. (Continuará)

jueves, 8 de mayo de 2008

UN BUEN DIA EN EL CHARCO DE LAS PULGAS

En una de esas reuniones familiares, después de haber comido los exquisitos manjares y bebido unos de los excelentes caldos que mi hermano José Luís y mi cuñada Mari suelen preparar para deleite de los afortunados que podemos sentarnos a su mesa, llegando el final de la velada y para mas fortuna, mi hermanito nos invita al día siguiente a una jornada matutina de pesca en el río Almonte. No dudando ni un momento (con el, la diversión esta garantizada), decidimos que las siete de la mañana, es buena hora para encontrarnos en la casa de Monroy. Estamos a finales de Abril, de un año abundante en aguas y comentan que los barbos están subiendo las corrientes, estos animales, tienen un pronto mas temible que el de un adolescente, por ello, los equipos deben ser potentes, cañas de punta rígida, cargadas con pelos de siete a doce kilos y anzuelos acerados de pala larga, que se vestirán con una rolliza lombriz de tierra, en algunas ocasiones el maestro ha conseguido arrebatar al río peces con ocho kilos, por lo tanto, la ilusión nadie nos la puede quitar. Para poder estar a esa hora en Monroy, mi cuñado Adolfo y yo quedamos a las seis y cuarto y a la cama que mañana tenemos que madrugar. Como un reloj, acudimos al encuentro, sobre la mesa unos cafés y un buen plato de migas, para empezar con buen pie. Un nuevo compañero, el amigo Ramón, se une a la expedición y todos juntos, partimos en dirección a algún lugar en las corrientes del Almonte. Con los trastes cargados, bajamos unos riberos regados por el rocío de la mañana, entre resbalones y algún traspié, vamos recorriendo la distancia entre el coche y el agua (un buen cachito) ya se ve de venir el día, se oye el canto de algún perdigón en celo, el aroma a primavera alegra los sentidos, después de recorrer camino, caminillos, veredas, pizarrales campear en definitiva, llegamos a la orilla. En esta zona se presenta una bonita tabla de agua, cortada con unos riscos que le dan profundidad, preparamos los puestos y empezamos a montar las cañas, mi sorpresa es mayúscula, cuando veo al compañero Ramón atar el mango de la caña con una cuerda, a la otra punta cogida con un nudo a un cancho, alegando en su defensa, -le pongo la maroma, claro, ¿Cuántas veces he visto saltar cañas de la orilla? y no aparecer mas-. Bueno, este hombre consigue ponerme nervioso, aflojo carrete y no me separo de la caña ni un milímetro. La primera hora nos da tres barbetes de un par de kg. Cada uno aproximadamente y alguna picada sin recompensa. Falta una hora para el Ángelus y alguien vocea: -si no pican ellos, picamos nosotros-. Dicho y hecho, una buena hogaza de pan, embutidos del amigo Galea y la bota, ¿Qué mas se puede pedir?, reponemos fuerzas mientras comentamos las pocas ganas que tienen de comer los peces en este tramo, por unanimidad decidimos que debemos trasladar el pesquil al llamado Charco de las Pulgas (río arriba), nos cargamos los bártulos y subimos el ribero, veinticinco minutos, deporte del bueno, ¿Dónde estará el bocadillo?, llegamos sudando al coche, que rápidamente nos traslada al nuevo emplazamiento. Es un bello lugar, tiene un puente con una corriente que reparte una balsa pequeña en la parte baja, en la alta una buena tabla, con dos orillas diferentes, una panda y otra acantilada, pescamos en la primera, cerrando el paso a los peces, un molino muy antiguo que asomándose a sus chorreras, podemos ver algunos exhaustos barbos oxigenándose debajo de la espuma blanca. Montamos de nuevo y en el primer lance, ¡¡zass!!, una carrera vertiginosa hacia la corriente del puente, si hubiera tenido un cubo de agua, habría refrescado el carrete, no salía humo de milagro. Freno poco a poco, y la puntera casi toca el agua, consigo parar a mi adversario, o al menos eso pienso, cuando de repente otro gran tirón casi me arranca la caña de las manos, suelto hilo y vuelve a buscar fondo. Después de un buen rato de forcejeo, consigo ver su lomo, tiene una aleta dorsal como la de un tiburón, no quito la mano del freno, pues en cualquier momento vuelve a probar la resistencia de mi equipo, casi en la orilla, revuelve el agua como un ciclón y vuelta a empezar. Al fin, consigo sacarlo, es un ejemplar de casi cuatro kg., al tiempo que los compañeros tienen sus picadas. El resto de la mañana, la podéis imaginar, de las que hacen historia. No sabría calcular exactamente, pero puedo decir sin dar lugar a mucho error, que la pesquera rondaba los veinte o treinta kg. Entre los tres, peces que fueron devueltos al agua en su inmensa mayoría, ya que alguno acabo en “moje” y otros en “escabeche”, bien regados, por supuesto, con caldos de la tierra. Puedo asegurar, que aquel día, por la noche me dolían los brazos de luchar con tan bravos adversarios. ¿Quién dice, que la pesca no es un deporte?

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.