jueves, 11 de septiembre de 2008

REGRESO A LOS INFIERNOS

Aprovechando el tiempo libre que en esta época se nos brinda, consigo, casi sin creérmelo, tirar de mis hijos para poder disfrutar de una jornada campestre en familia, no, sin antes, haber negociado horarios, actividades, rutas y un sinfín de detalles que para ellos son de vital importancia, mientras a mi querida esposa y a mi, nos resultan tan insulsos, como irrelevantes, ya que lo verdaderamente esencial es poder pasar un día juntos en plena naturaleza. En poco más de una hora, con paradita incluida en Navaconcejo para acopiar fuerzas con un buen desayuno a base de tostadas con su aceitito de oliva, su tomatito y un poquito de jamón, llegamos a nuestro destino (aparcamiento del campamento Carlos V, (Jerte)), hace una mañana preciosa, o por lo menos a mi, me lo parece. A mis cachorros, le habíamos dicho que nos dirigíamos a “Los Pilones”, un bello paraje natural que se asemeja a un pequeño parque de atracciones acuático, ellos personalmente no lo conocen, pero nos han escuchado hablar de este lugar, en multitud de ocasiones. Será por eso, por lo que no les cuadra que no se escucha el agua, no tardan en preguntar que donde esta “la Garganta de los Infiernos”, y aprovechando la ocasión que me brinda un cartel cercano, les indico con el dedo, sin añadir nada más. El cartel apunta a una pequeña vereda empinada entre mucho follaje. –Pero tu decías que se subía un camino con el coche…, la interrumpí, inmediatamente, - si, cariño, pero de eso, hace muchos años, ahora por lo que se ve, tendremos que subir andando, -Pero es que en el cartel pone que tardaremos una hora. – No te preocupes, con tus piernas, solo tardaremos media. Y colgamos las mochilas sobre nuestras espaldas, cierto es, que mientras subíamos intentaba disfrutar del paisaje, y comentar curiosidades que se nos ofrecían a cada paso, con el aliento entrecortado, haciendo de escoba de la expedición, porque mis fuerzas, por supuesto, no son las de mis hijos, pero la rapidez de él, con la curiosidad de llegar, nos saco una legua, mientras la otra, solo escuchaba la música estridente que salía de su móvil, mezclada con un sonido que producían sus labios, entre lamento y tortura, algo así como: - puff, pues vaya cuesta -, gracias a Dios, según trepábamos mas alto, la cosa se iba relajando, pudiendo disfrutar de todo el encanto de la escalada. Pasada un poco mas de la media hora, la vereda empinada se transforma en una vertiginosa bajada empedrada, al fondo a la derecha una preciosa casa de piedra rancia adorna el camino, unas mesitas con bancos de madera y el cartel anunciador acompañado de un delator rugido de agua nos avisa de nuestra llegada. Aparece ante nuestros ojos un puente estrecho que cruza la garganta, la vista desde el puente a la izquierda nos ofrece los pilones pulidos por el paso de los años, formando inmensas bañeras de granito chorreantes de aguas cristalinas, la caída del agua forma una espuma limpia, efímera, burbujas de pureza que oxigena a las truchas que en estas aguas habitan, a la derecha un charco sosegado, cuyo fondo no ofrece secretos, invita al baño. Imagino a una pareja de nutrias, jugando entre los grandes rolos que sobresalen del agua en las orillas, haciendo travesías subacuaticas divertidas, con la rapidez que las caracteriza, para después secarse al sol serrano de estos parajes. El ciervo volador es otro vecino de la rivera, parecido a un gran escarabajo con grandes cuernos, reposa relajado en un saliente de la hojarasca de la otra orilla, y la omnipresente rana patilarga ibérica, aplastada sobre un granito en la sombra de una chorrera. Gran espectáculo, todo incluido en el mismo precio, resbalamos durante horas por las aguas y musgos de los pilones, masajeamos nuestras espaldas en las pequeñas cascadas que chocaban con la fuerza del Spa natural mas gratificante del mundo, nos soleamos como lagartos hasta que por fin, llego la ansiada hora de comer. La gobernanta de nuestra familia, nos tenía preparado un suculento menú campestre, a base de gazpacho, filetes empanados y un riquísimo pan de pueblo para acompañar. Tan deliciosa comida, pensamos que debía ser merecedora de una buena mesa, para lo cual, subimos a la zona habilitada en la parte de arriba, comenzamos a servir el primero, cuando una voladora del traje de rallas quiso acompañar como anfitriona en su territorio nuestros deseos de yantar, no le hicimos mucho caso, pues la experiencia, sabedora de otras ocasiones que no debemos molestar a esos insectos vengativos, nos hicimos los tontos y proseguimos con el ritual, la verdad, es que todo era perfecto, hasta que nuestra amiga fue en busca de unos familiares, que de ser una, pasaron a ser muchas, tantas, que no podía contarlas, me hice el fuerte, pero, por poco tiempo, la que aguanto el chaparrón fue la cocinera, que con mucho coraje, pudo recoger los manjares abandonados por cobardes hambrientos, jugándose su integridad física. Pero este contratiempo, no pudo con las intenciones y en la frescura de la orilla, a la sombra de un buen árbol, mi familia dio buena cuenta de terminar lo que habíamos empezado. La sobremesa, paso entre bromas, risas y baños, en plena armonía, con momentos especialmente intensos que siempre nos quedaran para el recuerdo. Llegada la hora, desandamos el camino, plenamente satisfechos con una jornada inolvidable que pasó de ser, la Garganta de los Infiernos, a ser, la Garganta Celestial.

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BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.