lunes, 1 de diciembre de 2008

GUIA PRACTICA IV (EL RIGOR DEL FRIO)

Días de carámbanos, sabañones y tiritona, aun cuando el invierno del calendario, todavía no ha entrado oficialmente, el gélido ambiente se hace presente, en un preludio de lo que nos espera en los próximos meses. No puedo, por menos, recordar los cubos de zinc que se encontraban reposados en el patio de casa sobre el brocal del pozo, con un tomo de hielo de por lo menos un centímetro, me gustaba hundirlos en esa agua helada, para después, lanzarlos como discos voladores que se desintegraban en mil pedazos cuando impactaban con el suelo, charcos congelados de camino al colegio, bufanda atada a la nuca para evitar que las dichosas anginas despertaran de su letargo, trenca abotonada hasta arriba, con capucha incorporada y guantes de lana, o manoplas, entonces, si que hacia frío. Pero no teníamos alerta naranja, ni tampoco nos bombardeaban desde los medios de comunicación con mensajes del frío que llegaba, eso era normal, no era noticia. Pero, el brasero de picón, no faltaba en ninguna casa, cuando llegábamos temblando, con las orejas coloradas como pimientos, y sabañones en las manos, éramos recompensados con una buena firma badilera, que de ella se decía, nos saldrían cabras en las pantorrillas, pero aquel acto, era tan fulminante como reconfortante, con la bayeta (faldilla, vestidura) hasta los hombros, nos sobraban los minutos para entrar en calor y vuelta a la calle, donde nuestras mejillas hostigadas delataban el poderío rebosante de salud.
Igual pasa en el campo, donde el ser humano, en su afán de supervivencia, no tiene más remedio que adaptarse a las inclemencias meteorológicas. No obstante, todos los deportes campestres, necesitan de mucha actividad, que es lo justo para poner los mecanismos de nuestro cuerpo a buena temperatura, en algunos casos se puede aplicar el dicho de “me sobra hasta la pellica”, incluso con termómetros bajo cero, pero como siempre tenemos que buscar nuestros momentos de descanso, bien para comer un poco, o porque me da la gana, aprovechamos para hacer una lumbrita que nos seque los bajos, e incluso sus brasas hagan cama para asar alguna delicia con sabor a leña. Hoy en día, no se puede hacer lumbre en cualquier sitio, pues nos exponemos a las multas de la benemérita, pero antes, si hacia frío, ardía Troya.
La bendita juventud, fuerte, como un roble, valiente, cual guerrero victorioso, aventurera, tanto o más que Marco Polo, e ignorante, tan ignorante como un burro en la primera fila de la clase, nos llevó a unos coleguitas de excursión a Candelario, para pasar el fin de semana en tienda de campaña. Un legionario, me dijo en una ocasión, viéndome en pleno invierno con mangas cortas – a la juventud, le hierve la sangre-, y pobre de mi, pensé que tan rotunda afirmación me hacia inmune, pero puedo aseguraros, que en mi vida pasé tanto frío, como aquella noche entre la nieve. Una tienda de campaña, que sería por lo menos del ejercito cubano, sin suelo, sin doble techo, sin cremalleras, unos sacos de dormir, descatalogados del ejercito bananero de los años cincuenta, tan destemplados, que se estaba mejor fuera que dentro, no acertamos, desde luego, con el equipo, o quizás no acertamos con el destino, pues el equipo nos hubiera sido de gran utilidad, en una islita del caribe. Tres cosas nos salvaron la vida aquella noche, la primera, el temperante que tomamos a base de vino y chicha en la taberna del Tolo, la hoguera que hicimos delante de las tiendas y el calor humano. Pasaron segundos, minutos y horas, sin duda, de las más largas de mi vida, nuestros cuerpos tiritaban convulsivamente sin remedio, los dientes castañeaban en desconsolada orquesta marfileña, sin poder, si quiera detener ni música , ni baile de San Vito, rezando para que viniera el día cuanto antes. El día, por fin, llegó, la hoguera se avivo y unos huevos con chorizo, desterraron aquel agonizante concierto bailón de nuestros cuerpos, sabido es, que en situaciones limites, actuamos de formas impulsivas y tan impulsivo fue mi amigo, que en un acto de cabreo matutino, estampando la botella de aceite helada contra la pared del molino, firmando y rubricando lo que todos pensábamos, vaya puta noche. Rápidamente buscamos camino a las plataformas con paso marcial, subiendo cada vez más alto, para que nos acariciaran los primeros rayos de sol. “Juventud, divino tesoro”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, como todo lo que escribes la verdad, traes a la mente siempre recuerdos de antaño, he recordado el día que mi hermano cayó a un zonche donde bebían las vacas que estaba con hielo, que frío el pobre y encima se llevó la regañina de mi padre y los besos de mi madre, las risas de mi otro hermano y mi preocupación por que no se pusiera enfermo, tambien he recordado el frío que pasábamos cogiendo aceituna, porque a pesar de que mi padre tenía quien la recogiese, allí currabamos todos. Me gusta leerte por todo lo que traes a mi mente.

Anónimo dijo...

Bueno como dice Alma, da gusto leerte.

He sentido frio con la descripcion y he recordado los años del brasero en mi casa con mis hermanos.
A pesar de todo, hay cosas que gue gusta RECORDAR.
Un abrazo

Bola.

Anónimo dijo...

mariquita

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.