jueves, 8 de mayo de 2008

UN BUEN DIA EN EL CHARCO DE LAS PULGAS

En una de esas reuniones familiares, después de haber comido los exquisitos manjares y bebido unos de los excelentes caldos que mi hermano José Luís y mi cuñada Mari suelen preparar para deleite de los afortunados que podemos sentarnos a su mesa, llegando el final de la velada y para mas fortuna, mi hermanito nos invita al día siguiente a una jornada matutina de pesca en el río Almonte. No dudando ni un momento (con el, la diversión esta garantizada), decidimos que las siete de la mañana, es buena hora para encontrarnos en la casa de Monroy. Estamos a finales de Abril, de un año abundante en aguas y comentan que los barbos están subiendo las corrientes, estos animales, tienen un pronto mas temible que el de un adolescente, por ello, los equipos deben ser potentes, cañas de punta rígida, cargadas con pelos de siete a doce kilos y anzuelos acerados de pala larga, que se vestirán con una rolliza lombriz de tierra, en algunas ocasiones el maestro ha conseguido arrebatar al río peces con ocho kilos, por lo tanto, la ilusión nadie nos la puede quitar. Para poder estar a esa hora en Monroy, mi cuñado Adolfo y yo quedamos a las seis y cuarto y a la cama que mañana tenemos que madrugar. Como un reloj, acudimos al encuentro, sobre la mesa unos cafés y un buen plato de migas, para empezar con buen pie. Un nuevo compañero, el amigo Ramón, se une a la expedición y todos juntos, partimos en dirección a algún lugar en las corrientes del Almonte. Con los trastes cargados, bajamos unos riberos regados por el rocío de la mañana, entre resbalones y algún traspié, vamos recorriendo la distancia entre el coche y el agua (un buen cachito) ya se ve de venir el día, se oye el canto de algún perdigón en celo, el aroma a primavera alegra los sentidos, después de recorrer camino, caminillos, veredas, pizarrales campear en definitiva, llegamos a la orilla. En esta zona se presenta una bonita tabla de agua, cortada con unos riscos que le dan profundidad, preparamos los puestos y empezamos a montar las cañas, mi sorpresa es mayúscula, cuando veo al compañero Ramón atar el mango de la caña con una cuerda, a la otra punta cogida con un nudo a un cancho, alegando en su defensa, -le pongo la maroma, claro, ¿Cuántas veces he visto saltar cañas de la orilla? y no aparecer mas-. Bueno, este hombre consigue ponerme nervioso, aflojo carrete y no me separo de la caña ni un milímetro. La primera hora nos da tres barbetes de un par de kg. Cada uno aproximadamente y alguna picada sin recompensa. Falta una hora para el Ángelus y alguien vocea: -si no pican ellos, picamos nosotros-. Dicho y hecho, una buena hogaza de pan, embutidos del amigo Galea y la bota, ¿Qué mas se puede pedir?, reponemos fuerzas mientras comentamos las pocas ganas que tienen de comer los peces en este tramo, por unanimidad decidimos que debemos trasladar el pesquil al llamado Charco de las Pulgas (río arriba), nos cargamos los bártulos y subimos el ribero, veinticinco minutos, deporte del bueno, ¿Dónde estará el bocadillo?, llegamos sudando al coche, que rápidamente nos traslada al nuevo emplazamiento. Es un bello lugar, tiene un puente con una corriente que reparte una balsa pequeña en la parte baja, en la alta una buena tabla, con dos orillas diferentes, una panda y otra acantilada, pescamos en la primera, cerrando el paso a los peces, un molino muy antiguo que asomándose a sus chorreras, podemos ver algunos exhaustos barbos oxigenándose debajo de la espuma blanca. Montamos de nuevo y en el primer lance, ¡¡zass!!, una carrera vertiginosa hacia la corriente del puente, si hubiera tenido un cubo de agua, habría refrescado el carrete, no salía humo de milagro. Freno poco a poco, y la puntera casi toca el agua, consigo parar a mi adversario, o al menos eso pienso, cuando de repente otro gran tirón casi me arranca la caña de las manos, suelto hilo y vuelve a buscar fondo. Después de un buen rato de forcejeo, consigo ver su lomo, tiene una aleta dorsal como la de un tiburón, no quito la mano del freno, pues en cualquier momento vuelve a probar la resistencia de mi equipo, casi en la orilla, revuelve el agua como un ciclón y vuelta a empezar. Al fin, consigo sacarlo, es un ejemplar de casi cuatro kg., al tiempo que los compañeros tienen sus picadas. El resto de la mañana, la podéis imaginar, de las que hacen historia. No sabría calcular exactamente, pero puedo decir sin dar lugar a mucho error, que la pesquera rondaba los veinte o treinta kg. Entre los tres, peces que fueron devueltos al agua en su inmensa mayoría, ya que alguno acabo en “moje” y otros en “escabeche”, bien regados, por supuesto, con caldos de la tierra. Puedo asegurar, que aquel día, por la noche me dolían los brazos de luchar con tan bravos adversarios. ¿Quién dice, que la pesca no es un deporte?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno pués despues de muchos dias sin poder leer este blog, esta tarde he dedicado bastantes minutos a deleitarme con lo que mi amigo escribe.
No miento si digo que me ha encantado la lectura, tanto que, sigo animando a que el autor de este blog siga escribiendo, continue aportando historias y vivencias y regalando retazos de su personalidad en cada renglón de los que confecciona.
un abrazo.
El Bola.

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.