martes, 7 de octubre de 2008

RODANDO, RODANDO

Ahora que termina el buen tiempo, en la nostalgia de lo acontecido, se me viene a la memoria las vivencias de la fantástica cámara de tractor que llegó a la dehesa. Como recordareis y dando continuidad a la entrada referente a “La Ligera”, deseo contaros los pormenores de este colosal juguete, que hizo las delicias de toda la chiquillería, aquel verano de mi niñez. Como ya he narrado en alguna ocasión, teníamos prohibido el aburrimiento, la imaginación y los elementos que nos rodeaban, eran suficientes para el entretenimiento y la actividad, lúdica en unos casos, o impuesta en otros, bastaban para ocupar todas las horas de aquel lugar. Pero aquel día, nuestros mayores, se presentaron con un artilugio desconocido para nosotros, una enorme goma negra, que apenas cabía en la parte trasera del Cuatro-Cuatro (modelo de utilitario de la época). Reunidos alrededor del mencionado chisme, una vez extendido, conectaron a su válvula una bomba de inflar bicicletas de las antiguas, ya sabéis, de esas que se desplegaban dos alambres que se pisaban para darle inmovilidad, un tubo por donde se extendía el pistón que se agarraba a dos manos con un mango de madera perpendicular a dicho tubo que a su vez conectaba un macarrón hueco por donde pasaba el aire, era inevitable mancharte de la grasa, que rebosaba en la parte superior del embolo. Todos, a turnos, inflamos e inflamos, aquella mole, la cual después de un buen rato, quedo inmensa, tersa, de un negro mate, preciosa en su forma, pero que realmente no sabíamos cual seria su utilidad. Incitados y excitados por el cortejo, como, si de una procesión se tratase, enfilamos la carretera abandonada que bajaba al río, rodando aquella fantástica cámara de tractor, que cuando se embalaba, daba vertiginosos botes, guiada con la carrera ligera de los allí presentes, recuerdo que sobrepasaba nuestra altura, e incluso intimidaba correr delante de ella, no dudando en desviarla contra la cuneta, cuando la cosa tomaba un cariz desmesurado en velocidad. Llegamos a la orilla dando impulso a la rueda, que votada como un gran buque, surcó el agua rodando sobre si misma, convirtiendo su negro mate en deslumbrante negro brillante, quedando en ese momento bautizada con las aguas del Tajo, comenzó la diversión de verdad, nos lanzamos al agua para ocupar sitio, con una prisa inusitada, para ocupar el mejor sitio, hasta darnos cuenta que daba igual, pues al ser redonda no tenia asientos preferentes, ahora teníamos que subir, tardamos tiempo en darnos cuenta que necesitábamos trabajar en equipo, ya que cuando uno solo daba el impulso, si no sujetaba otro la cámara, esta daba la vuelta, encontrándote en el interior del donuts por arte de birle-biloque, tal era el esfuerzo, que cuando conseguías subir, un sarpullido rojizo, cubría nuestro cuerpo agotado, perezoso de volver a lanzarnos al agua, por evitar el arduo trabajo de volver a subir. Pero esto fue al principio, con los días depuramos la técnica y nos convertimos en grumetes especializados en neumáticos acuáticos. Conseguimos hacer girar a gran velocidad aquella noria hinchadle, sincronizando nuestros brazos en un remar vertiginoso. Lanzarse desde lo alto, era una hazaña, que rara vez conseguíamos, pero cuando esto se producía, el impulso era tan fuerte como el mejor trampolín de palanca que puedas imaginar. Lo peor, venia después, cansados como perros, con el cuerpo enrojecido hasta las ingles, rodar cuesta arriba el donuts gigante, que en un principio, refrescado con el agua y húmedo, empujábamos de continuo, pero amigo…, cuado el sol caldeaba su caucho, abrasaba, igual que el alquitrán derrite el asfalto, aquella goma despellejaba nuestras huellas dactilares, en una lucha sin cuartel, hasta llegar a la casa. Realmente, no recuerdo cuando termino y por que, la aventura de aquellos balseros. Seguramente pinchada y olvidada, en algún momento, en la vida de esa goma, hubiera soportado el horrible peso de un tractor, después, en su flotabilidad nuestro propio peso, para definitivamente formar parte de las gomas que gastábamos para nuestros tiradores, siendo imposible parchear dicho recorte. Lo que si recuerdo es que nunca faltaban recambios para nuestras orquillas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una aventura más que, excepcion hecha por aquello de recordar, invita a ser releida varias veces.
Nostalgia que se llama o mas bien la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
A pesar de recordar, eso si te dejo, fenomenal.

El bola.

Anónimo dijo...

Me ha hecho recordar mi niñez que con cualquir cosa, como bien dices nos divertíamos.
Dile tu ahora a tus hijos que se busquen la vida para pasar todo un verano sin ningún tipo de juguete y sin su play, que te dirán que eso es imposible.

Un saludo.

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.