lunes, 16 de junio de 2008

LA LEY DEL LIDER

Como ya os contaba en entradas anteriores, los habitantes de la dehesa, no se obligaban a tareas por riguroso mandato, simplemente se auto adjudicaban el deber de realizar lo que resultaba esencial para la buena marcha de la convivencia de todos, eso si, era curioso como cada tarea escogida por los seres de aquel ecosistema, se ajustaban a cada uno, como un guante, adaptadas a las cualidades innatas de los individuos que las realizaban, habiendo unas que gustaban mas que otras y por supuesto, compartiendo la inmensa mayoría. Viene esto al caso, de recordar una de las tareas que mas les gustaban a los adultos, mentes inquietas, sobrados de habilidades para sobrevivir en un medio que la mayor parte del año se podía considerar hostil. Se hacían trabajos bajo el sol abrasador de cuarenta y tantos grados, era el mejor momento de recolectar langostos(saltamontes) con la manga (cazamariposas gigante), en infernales pastizales, haciendo pasadas y mas pasadas, para cebar el río, o aguantar delante de un parapeto de paja, en un rastrojo a las seis de la tarde del abrasador verano esperando el paso de las tórtolas, solamente protegidos con un sombrero, una escopeta que abrasaba en las manos y el búcaro de barro enterrado en el cereal para sofocar la sed con ese asfixiante calor y otras muchas tareas que iremos comentando mas adelante, pero lo que mas le gustaba a nuestros maestros era la demostración de cualidades, sobre todo, cuando recibíamos las visitas de familiares y amigos, neófitos en materias campestres, personas con el deseo de empaparse en todo lo que llamamos “Deportes de Campo”, a los cuales trataban de hacer ver la importancia de seguir las pautas en cada momento, unas veces con mas suerte que otras, ya que para los que desconocían estas artes, en algunos momentos, podía parecer que les querían tomar el pelo. Una de esas noches que nos sentábamos en el patio, disfrutando de la compañía de mis sobrinos y mi cuñado, al frescor de los arreates, descansando sobre el poyo de mampostería que está junto a la carbonera, me contaban el trance vivido, aun con el susto metido en el cuerpo, pero con el jolgorio de haber superado la prueba sin percances, de una tarde en la que el tío (mi hermano), les había querido enseñar el arte de cortar un rincón del río. Con todos los trastes en un saco, hicieron camino hasta el lugar, pasado ya los calores. El maestro curtido en el manejo de estas herramientas, por circunstancias que decía eran ajenas a su persona, se encontró con una red, mal enrollada, con restos de palos enredados, en definitiva, lo que ellos daban en llamar “balagüera”, no se si esta palabra, se escribe con “b” o con “v”, se positivamente, que es propia del argot solamente utilizado en aquel reducto de naturaleza y que su significado es algo así, como “Me cago en…..”. El caso, es que cuando algo no se encontraba, salía, o no estaba como ellos esperaban, despertaba el monstruo que llevaban dentro, por esa boca, salían rayos y centellas, burradas inenarrables, que al que las escuchaba, le entraban ganas de salir corriendo. Lo mejor, era callarse, obedecer y no errar en las ordenes dadas, las cuales, tenias casi adivinar, claro, que eso lo sabíamos, los que estábamos todos los días a su lado, pero estos dos pobres novatos (padre e hijo), no sabían por donde venían los tiros. Cuando hubo preparado el trasmallo, parece que el carácter, se endulzó, como se endulza, la hiel con miel, pero para entonces, la oscuridad casi invadía la orilla. Pasó entonces, que encontrándose el maestro en un lado de la “V” y el padre e hijo en la otra, a voz en grito, les comunicó, que le hacia llegar una punta de la red, con una piedra atada a la cuerda. No veas, a ese padre abrazado a su hijo, temblando en la oscuridad, a la espera del sonido de la pedrada, que se hacia interminable y no llegaba, queriendo mirar al cielo, por si veían algo y por otro lado agachando la testa para resguardarla del posible impacto, pero eso, no fue lo malo, lo malo, vino después, cuando el cabreado maestro, falto de visión y en previsión de no arrearles, lanzaba la piedra, casi al vértice de la “V”, que hacia el rincón, no valiendo el lance y teniendo que volver a repetirlo, así, hasta tres veces. Pobre padre y pobre hijo, vaya experiencia, una vez encontrada la cuerda tiraron de ella y recortaron el río infructuosamente, debido a tanta voz, tanta piedra y tanto cabreo. Creo que los dos alumnos, fue la primera y ultima vez que recortaron de orilla, creo que se guardó la herramienta peor que se encontró, creo que no olvidaran ese deporte en la vida, ya que nadie paso tanto miedo, ni en un bombardeo de la guerra civil y bien creo que los dichosos individuos, escogidos para su deleite en estas artes, en aquella ocasión pensaron que se vivía mas seguro en la gran urbe de Madrid.

domingo, 8 de junio de 2008

DE EXCURSION CON LA CANSINA

Ahora que llega el calor, quiero contaros una de esas historias ambientadas en nuestros campos de Extremadura. Infinitas llanuras que albergan masas de agua rodeadas de pastizales tostados por el sol, coloristas dunas de paja amarilla que invaden el paisaje con el contraste de cielos borrascosos de tormentas de verano, casi negros, con el enfoque de la luz que proyecta sobre ellos, el sol que se cuela en el atardecer estival. Cuando yo moceaba, en la calle había más de veinte chiquillos, que por aquellos entonces, la inmensa mayoría no disfrutábamos de veraneo. La primera vez que yo conocí el mar, quizás pasara los trece años, por lo tanto, en la calle casi siempre, estábamos la panda al cien por cien, aun cuando, en algunas ocasiones, igual que ocurre en las clases, puede que alguno falte, bien por enfermedad, baja por accidente o simplemente porque teníamos impuesto algún castigo, o alguna tarea que cumplir. Como iba diciendo, una de esas tardes exentas de ocupaciones, nos juntamos una buena panda alrededor de uno de los dos kiosco que había junto al Perejil, solamente unos cuantos, eran propietarios de bicicletas, el resto teníamos bastante con dar una vuelta en ellas de vez en cuando, o desplazarnos en la incomoda barra, en la cual poníamos un jersey doblado para amortiguar. También podíamos ir sentados en el manillar, o si eran desplazamientos cortos, subidos en las mariposas de la rueda trasera. Solamente, dos o tres tenían transportin sobre la rueda trasera, lujo para el ocupante afortunado de ese asiento. Los desplazamientos que realizábamos normalmente no eran muy largos, pero aquel verano se amplió nuestros horizontes. Recuerdo que no había, ni mucho menos, los coches que hay hoy, y la verdad, los que circulaban, lo hacían muchísimo mas despacio, las calles eran territorio de la chiquillería y los conductores lo sabían, por lo tanto, resultaba muy fácil circular por las calles en cualquier dirección, sin el peligro que hoy representa, simplemente por la gran cantidad de vehículos que se han apoderado de nuestra ciudad. Había un artista de las dos ruedas, que podía llevar subidos en la bici a cuatro zagales y con el, cinco, uno en el manillar, otro en la barra, otro en el sillín, otro en las mariposas traseras y el de pie sobre los pedales, una verdadera atracción de circo, que alguna vez los osados funambulistas daban con sus huesos en el duro asfalto, pero no pasaba nada, piteras, moratones, postillones varios… heridas de guerra y un sin fin de agresiones corporales que se atendían en la fuente mas cercana y se tapaban (si se podía), para que no fueran premiados con unos azotes de regalo al llegar a casa. Aquella tarde, todas las bicicletas llevaban su respectivo paquete, los mayores de la pandilla, conocían un lugar llamado “los charcos del Guadiloba”, donde decían que se pescaba, se bañaban y que no estaba muy lejos. Por supuesto, si hubiera pedido permiso, habría sido denegado de momento, pero es de esas veces que cuando dijeron el destino, ya nos encontrábamos pasando el río de “la madre”, en la carretera de Trujillo, en aquella época, nadie se tiro de la bici, ni dijo aquello de –BAJAME-, cualquiera, los chicos del viejo oeste, además de ser muy brutos, éramos muy machos. Bien sabe Dios, que fue una de esas veces, en la que te la juegas. Pero ya metidos en berengenales, lo mejor era disfrutar del paisaje. Con el calido viento bronceando aun mas nuestras renegridas mejillas, recorrimos un camino bastante ancho, que por entonces, sus márgenes formaban grandes rastrojos, abrasadoras extensiones en la tarde de verano, la polvareda delataba el paso de los jinetes del manillar de cuerna, los que daban pedales, corsarios de los trigales descansaban sus posaderas sobre sillines de cuero amortiguados con muelles, pero los grumetes iniciados en estas lides, deseábamos que se nos acabaran de arrancar nuestras pobres cachas en cada salto de piedrecillas o baches del camino. Una pendiente hizo que descendiéramos de los infernales hierros hendidos en nuestros pobres músculos traseros, el dar un paso era un reto casi imposible, que nosotros disimulábamos con sobrada lentitud de movimientos, mientras la sonrisa socarrona de los mayores lo decía todo. Coronado el puertecillo, nos entraban ganas de llorar cuando con una mano en el manillar y la otra señalando la mortífera barra, nos indicaban nuestro cruel destino. El mas avispado, se atrevió a decir al compañero que cambiaran el puesto, a lo que fue contestado radicalmente.: “¿Tu tienes bici?”, -no, contesto el desesperado grumete, “Pues cállate y monta, que cuando seas padre, comerás huevo”, para mas INRI, enfilo la cuesta abajo sin tocar el freno, la bicicleta volaba, mientras los demás tragando el polvo del primero reían el castigo a la osadía viendo botar de lado al lado del camino la cansina. Después de veinte minutos de camino, pudimos ver la frondosidad verde a lo lejos, como un puntito de color oscuro rodeado de encinas esparcidas en sus proximidades, según no acercábamos, el verde se hacia mas intenso, hasta el punto de llegar a una orilla de hierva fresca, que ensordecía con el croar de multitud de ranas. Los mayores de la pandilla que ya conocían el paraje, se despelotaron en un segundo y calmaron el sofoque del pedaleo en medio del charco. No hizo falta que nos animaran, chapoteamos durante un par de horas, por lo menos, en un charco de aguas estancadas pero limpias, que lo mas hondo nos cubría por el pecho, nos hacían bromas con culebrillas de agua que nos lanzaban para asustarnos, bromas que mas adelante haríamos a los grumetes que llevaríamos en la barra cuando nos regalaran nuestras propias bicicletas. La vuelta se emprendía con la emoción de haber conocido una nueva forma de esparcimiento, contentos por las vivencias aprendidas y sumamente contrariados por tener que aposentar de nuevo nuestras doloridas posaderas en la dura barra de la bicicleta. Cuando llegábamos a casa, andando con la dificultad propia del trance, a la pregunta de ¿Qué te pasa?, -no, es que me duelen las piernas. Teníamos que soportar la triste coletilla de: -Claro hijo, es porque estas creciendo.¡¡ JUA, JUA!!

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.