lunes, 12 de mayo de 2008

REFUGIOS DE GUERREROS

Los habitantes de la Dehesa, comenzaban el día con las tareas que cada cual tenía como propias. No eran instauradas con ningún Planning de trabajo, que va, se adjudicaban mediante voluntariado, pero es mas, ni siquiera hacia falta comentarlas. A los mas jóvenes, nos obligaban de forma persistente e incluso obsesiva a divertirnos continuamente, no estaba permitido el aburrimiento ni un solo minuto del día, las herramientas que ponían a nuestra disposición era, el entorno (casi nada). Pero como ya es sabido, que los muchachos de la época, gozábamos de una gran imaginación (que no por ser muy extensa, era infinita), cuando nos veían flaqueando, no tardaban en asignar, en este caso, por obligación, alguna tarea de esas que llamábamos de mayores y que no era santo de nuestra devoción, pues decían cuando estábamos ociosos –cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas, (ir a por agua, al manantial del Escaramujo, regar los arreates, desescamar y quitar las tripas a los peces,… etc.), trabajos estos muy honrosos, que mas adelante me alegro de haber aprendido, pero por otro lado un poco trabajosos y monótonos. Con tantos tebeos en el pajar, leyendo las aventuras de “El capitán Trueno”, o “Jabato”, pasábamos las horas de siesta tumbados en la mullida paja soñando con selvas, mares y castillos, donde el enemigo siempre vencido por nuestras impresionantes dotes de lucha, caían rendidos, suplicando clemencia. Todos los decorados de los TBOs, estaban a nuestro alcance, la selva, era una zona de gran vegetación, muy abrupta, que casi todo el año guardaba sus formas, debido al lugar donde se encontraba, una cuneta al lado de un túnel que atravesaba la carretera abandonada de lado a lado, con mucha humedad. El castillo, ya podéis adivinar, era el túnel, tenia un difícil acceso por una de sus caras, por el otro lado, las vistas daban al mar (el pantano del Tajo), el castillo, guardaba los tesoros de sus guerreros, armamento y frescos decorados al carboncillo de tizones apagados de fuegos de invierno. Una gran bóveda de cañón donde podíamos casi ponernos de pie, con el suelo pavimentado con grandes marros del río, era nuestra fortaleza, que en algunas ocasiones, cuando por circunstancias, no lo frecuentábamos, guardaba en su interior, algún invitado no deseado que se había colado buscando refugio (murciélagos, en una ocasión un tejón casi nos mata de un infarto), con la experiencia, aprendimos a tirar una piedra o una madera en la cuesta abajo que hacia la caída del empedrado, para evitar sustos innecesarios. En uno de los márgenes de la carretera, se encontraba un gran eucalipto, solíamos trepar por sus ramas para ver un nido de cuervo que se encontraba a media altura. Dominábamos la escalada con soltura, pero un día de esos que te sale tonto, me dio por colgarme en una de sus ramas agarrado solamente por las manos, esta rama se prolongaba por la cuneta y sobresalía justo encima de la puerta del túnel que miraba al río, avance por ella, unos dos metros, pensando que se doblaría poco a poco para dejarme sobre el verde lecho de hierva que en ese lugar parecía un colchón verde, pero mi canija personita no solamente, no doblo ni un centímetro la rama, si no que, mi capacidad de retroceso era nula. Las manos me empezaron a sudar, pedí ayuda a mi compañero de fatigas, pero ¿Qué podía hacer el?, al principio me decía calmado, -salta-, había una caída de por lo menos, cinco metros (o más), yo movía las manos alternativamente cuando se resbalaban más y más, el ya no me aconsejaba, me ordenaba, -SALTA, SALTA-. Mi vida paso por delante de mis ojos, en formas de mil fotogramas en un momento, no podía aguantar ni un segundo más, apreté los parpados y comencé un vuelo que parecía nunca acabar, el gran caballero, caía de una de las almenas mas altas de la torre, pero desgraciadamente en la viñeta del desplome no dibujaba la palabra “(Continuará) “, el desenlace, no presagiaba buen agüero, ningún soldado caído desde tanta altitud salía con vida de tan horrible trance, pero claro, no estamos hablando de un soldado cualquiera, en ese momento era el protagonista de la escena, el mismísimo Capitán Trueno, un cuerpo estilizado, que se hizo a si mismo, unas zancudas piernas como dos palillos (todo fibra), una agilidad felina, en fin, un peso pluma. Controle la caída, con tan buena suerte, que en la alfombra verde no había ninguna piedra que pudiera dañar mis tobillos. Goliat, se abalanzo sobre mí, partido de risa, cuando vio que no había pasado nada, y me decía: -Lo ves, ya te lo dije, -SALTA-.
Con una gran rejilona de piernas, nos fuimos a la casa, sin contar ni pío, la regenta de ese castillo, se puso muy contenta cuando nos vio de entrar, había que seguir confeccionando las cortinas de chapas de refresco, así, que piedra contra piedra, alisando una y otra y otra …. (Continuará)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Apasionante historia y muy bien redactada, en la linea del autor.
Mesiento identificado con las historias.
Mi infancia en un pueblo, con mucho campo para disfrutar,lo dice todo.
El Bola.

Anónimo dijo...

Yo aunque chica tambien me siento identificada con las historias que cuentas, ¡¡¡que tiempos aquellos!!! yo recuerdo haber leido historias de mi padre "Roberto Alcazar y Pedrín" en la hora de la siesta cuando estabamos en el pueblo, disfrutaba muchisimo.

Anónimo dijo...

Deseando estoy de leer la segunda parte.

Mer.

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.