viernes, 26 de diciembre de 2008

DIAS DE NAVIDAD

En la nostalgia del paso del tiempo, me resulta imposible escapar de los recuerdos de las navidades en mi juventud, no pretendiendo de ningún modo hacer una alegoría al dicho de: “tiempos pasados fueron mejores”, pues soy hombre de presente, que gusta de disfrutar a sorbos la realidad del momento, sin descuidar las atenciones que merece el futuro, periodo imprevisible, que administra el destino, pero sería un necio, si no reconociera que mi pasado, es el culpable directo de mi presente, orgulloso de los cimientos que me realizaron como persona, no quiero ni debo en ningún caso ser amnésico, pues he de reconocer que muchas de las costumbres perdidas en tiempos pasados, sí fueron mejores. Refiriéndome a la inmensa mayoría, el consumo de esos días radicaba básicamente en un pavo vivo, o un buen capón, que deambulaba por el patio de casa durante dos o tres días, antes de emborracharlo para minimizar su sacrificio, unas botellas de cointreau, licor cuarenta y tres, calysay, brandy soberano y anís la castellana, una tableta de turrón duro y otra blando, las figuritas, marquesitas o mazapanes eran añadidos que disfrutábamos en caso de regalos, inventario excepcional para compartir, siendo la protagonista de las fiestas la fraternidad. Nuestra casa se llenaba de gente, que pasaban a felicitarnos, igual que nosotros hacíamos con los demás amigos y familiares. Las vísperas de la nochebuena, la dedicábamos a los preparativos, mi tío Antonio nos encargaba las gamonitas de las zambombas y las pieles de conejo, que él mismo curtía, la recolección de mamones de olivo le eran presentadas, escogiendo él cuidadosamente las más adecuadas, de esa forma, todas las nochebuenas estrenábamos unas fantásticas zambombas, cada cual con un sonido diferente, sacándolas a pasear en grupo, con sonajas y panderetas para pedir el aguinaldo. El día antes de nochebuena empezaban a llegar mis hermanas y hermanos con sus retoños (mis queridos sobrinos), que correteaban por toda la casa, igual pasaba en el piso de arriba con mis primos, los besos y abrazos se hacían presente a cada momento, la calle se llenaba de recién llegados, todo el mundo rebosaba felicidad, o al menos, eso es lo que yo sentía. Los regalos que entregábamos a los demás, eran las muestras de cariño recíproco, la presencia de los de fuera y la reunión de todos el día de la noche buena, donde no importaba el como, ni el cuando, solamente la existencia del momento, mantenido y extendido hasta la madrugada, siendo el tío Antonio el continuador de la diversión de los postres, con su escoba de caña arrastrando por la parte trasera contra la puerta del comedor, aumentando los decibelios de una zambomba por diez y provocando las risas de todos, menos la de mi madre en la resignación de tener que pintar la misma cuando hubiera tiempo y ganas para ello. Entre villancicos, turrones, y copitas, que también los alevines probaban, en un pequeñísimo vasito azul, un poquito de kina Santa Catalina, pasaban las horas como si fueran minutos, e incluso en alguna ocasión el clan de los hermanos, salimos de ronda sin sentir en ningún momento, los rigores invernales, con la botella de anís, la bandurria, panderetas y almirez, igual que reza la canción popular. Un enorme Belén, seria testigo de la realidad que representan el amor entre las personas, mil y una vez venerado por pequeños y mayores, en un precioso repertorio de cánticos al Salvador. Para todos vosotros, mis más sinceros deseos de salud, paz y felicidad en estas fechas que no todo el mundo disfruta por igual, sentir mi abrazo amigo y dejar que la magia de la navidad entre en vuestros corazones.

lunes, 1 de diciembre de 2008

GUIA PRACTICA IV (EL RIGOR DEL FRIO)

Días de carámbanos, sabañones y tiritona, aun cuando el invierno del calendario, todavía no ha entrado oficialmente, el gélido ambiente se hace presente, en un preludio de lo que nos espera en los próximos meses. No puedo, por menos, recordar los cubos de zinc que se encontraban reposados en el patio de casa sobre el brocal del pozo, con un tomo de hielo de por lo menos un centímetro, me gustaba hundirlos en esa agua helada, para después, lanzarlos como discos voladores que se desintegraban en mil pedazos cuando impactaban con el suelo, charcos congelados de camino al colegio, bufanda atada a la nuca para evitar que las dichosas anginas despertaran de su letargo, trenca abotonada hasta arriba, con capucha incorporada y guantes de lana, o manoplas, entonces, si que hacia frío. Pero no teníamos alerta naranja, ni tampoco nos bombardeaban desde los medios de comunicación con mensajes del frío que llegaba, eso era normal, no era noticia. Pero, el brasero de picón, no faltaba en ninguna casa, cuando llegábamos temblando, con las orejas coloradas como pimientos, y sabañones en las manos, éramos recompensados con una buena firma badilera, que de ella se decía, nos saldrían cabras en las pantorrillas, pero aquel acto, era tan fulminante como reconfortante, con la bayeta (faldilla, vestidura) hasta los hombros, nos sobraban los minutos para entrar en calor y vuelta a la calle, donde nuestras mejillas hostigadas delataban el poderío rebosante de salud.
Igual pasa en el campo, donde el ser humano, en su afán de supervivencia, no tiene más remedio que adaptarse a las inclemencias meteorológicas. No obstante, todos los deportes campestres, necesitan de mucha actividad, que es lo justo para poner los mecanismos de nuestro cuerpo a buena temperatura, en algunos casos se puede aplicar el dicho de “me sobra hasta la pellica”, incluso con termómetros bajo cero, pero como siempre tenemos que buscar nuestros momentos de descanso, bien para comer un poco, o porque me da la gana, aprovechamos para hacer una lumbrita que nos seque los bajos, e incluso sus brasas hagan cama para asar alguna delicia con sabor a leña. Hoy en día, no se puede hacer lumbre en cualquier sitio, pues nos exponemos a las multas de la benemérita, pero antes, si hacia frío, ardía Troya.
La bendita juventud, fuerte, como un roble, valiente, cual guerrero victorioso, aventurera, tanto o más que Marco Polo, e ignorante, tan ignorante como un burro en la primera fila de la clase, nos llevó a unos coleguitas de excursión a Candelario, para pasar el fin de semana en tienda de campaña. Un legionario, me dijo en una ocasión, viéndome en pleno invierno con mangas cortas – a la juventud, le hierve la sangre-, y pobre de mi, pensé que tan rotunda afirmación me hacia inmune, pero puedo aseguraros, que en mi vida pasé tanto frío, como aquella noche entre la nieve. Una tienda de campaña, que sería por lo menos del ejercito cubano, sin suelo, sin doble techo, sin cremalleras, unos sacos de dormir, descatalogados del ejercito bananero de los años cincuenta, tan destemplados, que se estaba mejor fuera que dentro, no acertamos, desde luego, con el equipo, o quizás no acertamos con el destino, pues el equipo nos hubiera sido de gran utilidad, en una islita del caribe. Tres cosas nos salvaron la vida aquella noche, la primera, el temperante que tomamos a base de vino y chicha en la taberna del Tolo, la hoguera que hicimos delante de las tiendas y el calor humano. Pasaron segundos, minutos y horas, sin duda, de las más largas de mi vida, nuestros cuerpos tiritaban convulsivamente sin remedio, los dientes castañeaban en desconsolada orquesta marfileña, sin poder, si quiera detener ni música , ni baile de San Vito, rezando para que viniera el día cuanto antes. El día, por fin, llegó, la hoguera se avivo y unos huevos con chorizo, desterraron aquel agonizante concierto bailón de nuestros cuerpos, sabido es, que en situaciones limites, actuamos de formas impulsivas y tan impulsivo fue mi amigo, que en un acto de cabreo matutino, estampando la botella de aceite helada contra la pared del molino, firmando y rubricando lo que todos pensábamos, vaya puta noche. Rápidamente buscamos camino a las plataformas con paso marcial, subiendo cada vez más alto, para que nos acariciaran los primeros rayos de sol. “Juventud, divino tesoro”.

BIENVENIDOS A DEPORTES DE CAMPO

El regreso a nuestros origenes, la pasión por la naturaleza.